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Todo el pasado surgía ante sus ojos con extraordinaria claridad, como si hasta entonces se hubiese mantenido borroso, en una confusión de penumbra. La tierra amenazada de Francia era la suya. Quince siglos de historia habían trabajado para él, para que encontrase al abrir los ojos progresos y comodidades que no conocieron sus ascendientes.

Los muros estaban cubiertos de verdaderos tapices góticos, los estantes llenos de buenos libros, en un testero había un magnífico retrato de familia a cuyos lados brillaban dos panoplias de armas antiguas, y en otro lienzo de pared destacaba sobre el fondo multicolor y borroso del tapiz un santo pintado por Zurbarán.

Vetas de sombra temblaban sobre los transeúntes, pero ninguno de éstos se paró para ver salir el cortejo; corrían y se esfumaban como fantasmas. En la plaza Libertad, los troncos de los árboles habían crecido desmesuradamente, las ramas formaban como una selva que se sumergía en un cielo borroso. Subió con Julio al único carruaje que aguardaba frente a la iglesia.

; que te quiero mucho, muchísimo dijo la Nela, acercando su rostro al de su amigo . Pero no te afanes por verme. Quizás no sea yo tan guapa como crees. Diciendo esto, la Nela había rebuscado en su faltriquera y sacado un pedazo de cristal azogado, resto inútil y borroso de un fementido espejo que se rompiera en casa de la Señana la semana anterior.

Buena nos la dio... Déjele usted estar, que como yo le coja a mano, le he de decir cuatro cosas. Y cuando la madre puso al niño a su lado, ya harto y dormido, Guillermina le volvió a mirar atentamente, observando sus facciones como el numismático observa el borroso perfil y las inscripciones de una moneda antigua para averiguar si es auténtica o falsificada.

El poeta, que estaba consumido por ese horrible mal que se llama combustión espontánea, votó al día siguiente entre aquel enjambre borroso y hediondo, y, al apurar la última copa que le brindaron, cayó definitivamente herido por el delirium tremens. Pocas horas después murió aquel portentoso artista en el anónimo desconsolador de un hospital.

Los recuerdos de la niñez seguían despertándose en él a la vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un leoncito borroso y gastado, y de sus peldaños de azulejos del siglo anterior, en los cuales veíanse navios sobre un mar morado, con banderas más grandes que el casco, embozados de gruesas pantorrillas blancas con sombrero de picos y huertanas con cestos de frutas, todo en colores tostados y chillones.

Jacinta le contemplaba en su mente con aquella imparcialidad tan recomendada, y... la verdad... el parecido subsistía... aunque un poquillo borroso y desvaneciéndose por grados. En la desesperación de su inevitable derrota, encontró aún la dama otro argumento. «Tu mamá también le encontró un gran parecido». Porque le calentaste la cabeza. y mamá sois dos buenas maniáticas.

Salió al fin El Faro de Sarrió en gran tamaño, porque su fundador no quería que se escatimase papel, y bastante bien impreso. La único que apareció borroso fué el grabado de la cabecera, hasta el punto de que la mayoría del público quedó convencido de que en el individuo que tenía la linterna en la mano, se quería representar un negro en vez de la respetable persona que ya hemos indicado.

El primero, a quien ella trataba con toda la deferencia respetuosa debida a los más simples curas en las casas de los más orgullosos representantes de la aristocracia, era un hombre gordo, borroso y linfático, sin vigor físico ni moral, cuidadoso ante todo de su reposo, que trataba de vivir bien entre el antiguo y el nuevo señor, es decir, entre el castellano y el alcalde de Candore, y que a fuerza de repetir «Bienaventurados los mansos», no veía otra cosa en el Evangelio.