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Actualizado: 27 de junio de 2025


No podía quejarse de sus tierras; pero dentro de la barraca era donde temía encontrar á la desgracia, eterna compañera de su existencia, esperándole para clavar en él sus uñas. Al oir el trote del rocín, salió Batistet con la cabeza cubierta de trapos, para apoderarse del ronzal mientras su padre desmontaba. El muchacho se mostró entusiasmado por la nueva bestia.

Sin saber lo que hacía, regresó á la barraca, cogió su escopeta detrás de la puerta, y salió corriendo, mientras instintivamente abría la recámara de su arma para ver si los dos cañones estaban cargados. Batistet se quedó junto al caballo, intentando restañarle la sangre con su pañuelo de la cabeza.

Pero Batiste tenía la cólera firme de los hombres flemáticos y cachazudos, que cuando pierden la calma tardan mucho á recobrarla. ¡A regar! ¡á regar! Y Batistet, repitiendo alegremente las palabras de su padre, cogió los azadones y salió de la barraca seguido de su hermana y los pequeños. Todos querían tomar parte en este trabajo, que parecía una fiesta.

Batistet, en tanto, con una prudencia precoz, cogía la escopeta y á la luz del candil la secaba, limpiando sus cañones, esforzándose en borrar de ella toda señal de uso reciente, por lo que pudiera ocurrir. La noche fué mala para toda la familia. Batiste deliró en el camón del estudi.

Batistet, cuando no había labor en el campo, buscaba ocupación yendo á la ciudad á recoger estiércol. Quedaba la chica, una mocetona que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias á la protección de los hijos de don Salvador, que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario, acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas.

Esta magnanimidad de la víctima y de sus amigos alarmaba á Batiste, haciéndole vivir en perpetua defensiva. La familia, como medroso caracol, se replegó dentro de la vivienda, huyendo del contacto con la huerta. Los pequeños ya no asistieron á la escuela, Roseta dejó de ir á la fábrica y Batistet no daba un paso más allá de sus campos.

Aquel hombre era una hormiga infatigable para la rebusca. Los montones formados por Batistet se agrandaron considerablemente con las expediciones del padre.

Batistet ponía mal gesto á todas aquellas «tías» que tantas veces se burlaron de él cuando pasaba ante sus barracas, y acabó por refugiarse en la cuadra, para no perder de vista al pobre caballo y continuar curándole con arreglo á las instrucciones del veterinario, llamado en la noche anterior.

Comió toda la familia, y era tal la fiebre de la novedad, el entusiasmo por la adquisición, que varias veces Batistet y los pequeños escaparon de la mesa para ir á echar una mirada al establo, como si temiesen que al caballo le hubieran salido alas y ya no estuviese allí. La tarde transcurrió sin ningún accidente.

Teresa y su hija, rendidas por el llanto, agotada la energía después de tantas noches de insomnio, habían acabado por quedar inertes, cayendo sobre aquella cama que aún conservaba la huella del pobre niño. Batistet roncaba en la cuadra, cerca del caballo enfermo.

Palabra del Dia

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