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Actualizado: 11 de junio de 2025


Entretanto decía Parrón á los suyos, señalando al segador: Ahora podéis robarlo. Conque basta ya de sermón y enterrad ese cadáver para que no apeste. Mientras los ladrones hacían el hoyo y Parrón se sentaba á merendar dándome la espalda, me alejé poco á poco del árbol y me descolgué al barranco próximo... Ya era de noche.

Hullin temblaba de ira, haciendo responsable de la situación al contrabandista. Mientras tanto, Marcos Divès había rodeado el barranco, en lo que empleó una media hora, y comenzaba a divisar las dos compañías alemanas situadas, en posición de descanso, a cien pasos detrás de los cañones que hacían fuego sobre las trincheras.

Bajo sus sombrías bóvedas, en las profundidades del barranco, la temperatura es siempre fresca, hasta en lo más fuerte del verano; las ramas enlazadas impiden á la húmeda atmósfera su salida hacia el espacio y, gracias al acuoso vapor, los helechos, con sus grandes hojas caídas y los hongos, agrupados fraternalmente en pequeñas asambleas, crecen y prosperan en las orillas.

Un hilo de agua rompe esta barrera de dunas y corre por el fondo del barranco.

Nadie oyó nunca chocar contra el fondo del barranco la piedra allí lanzada, ni hubo jamás en la comarca quien se aventurase a explorar aquella cavidad oscura, más oscura según iba siendo más profunda, y de cuyos bordes el ganado se apartaba medroso. No había más remedio que forzar de frente las trincheras de la falda de la montaña.

Libróle al fin el risco y el barranco, O por mejor hablar, el Poderoso; De la muerte á la vida dió un gran tranco, Contándose despues por muy dichoso. Mas un pueblo que llaman Anco Anco, Aquí hizo su fin muy lastimoso, Que un cerro encima dél vino cayendo, Y debajo la gente de él cogiendo.

Llegó una ocasión en que se encontraron solos, pues los de 35 adelante habían caminado más aprisa que los de atrás. Tenían a sus pies un barranco. Al instante comprendió Gómez de Aguilar que se le presentaba una ocasión favorable para salvarse. Tiró al caudillo árabe al barranco, le sujetó y amordazó. Le quitó sus armas y le obligó a esconderse 40 con él.

Por fin se decidió a seguirlas, y bajó los siete escalones del claustro, pues la catedral, edificada en un barranco, se halla más baja que las calles contiguas. Todo estaba lo mismo.

Pero el muerto estaba en su propiedad, no podía resucitar para deshacer sus disposiciones testamentarias, perturbadas por el engrandecimiento inaudito del antiguo Mónaco, y no había poder humano que echase abajo su última morada. Miguel había visto muchas veces desde el puerto, sobre las alturas del barranco, este panteón que iba á servirle ahora para encontrar á Spadoni.

Al mismo tiempo la niña mendiga saltaba con la ligereza de una pantera sobre el aterrado Juanito, haciéndole rodar sobre la arena del barranco. El perro Fortuna se abalanzó furioso sobre la mendiga, haciéndole presa en una pierna y rasgándole en jirones el vestido. La niña lanzó un grito agudo de rabia y de dolor.

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