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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Le habían cogido dos barcas cargadas de tabaco. «Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre práctico, un verdadero inglés, enemigo de perder el tiempo

Ofrecióse naturalmente a la inteligencia entre tantos incentivos de investigación, el de los bajeles con que quedó rota la barrera temerosa del Océano, vehículos en que el insigne almirante y la gente española llevaban la Cruz civilizadora y habían de traer el conocimiento de un Hemisferio ya ligado al viejo; vehículos por muchos considerados malas barcas desprovistas de cubierta; por no pocos estimados como Fustas incapaces casi de navegar, y por los más y más entendidos, embarcaciones pequeñas y toscas de estrafalaria forma, lanzadas á merced de las olas con insuficientes medios de propulsión y de gobierno.

El bizarro y extraño nombre de Socarrao me admiraba algo, y de ello se apercibió el pescador. Son motes, caballero; apodos que aquí tenemos lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el cura gaste sus latines con nosotros; aquí, quien bautiza de veras, es la gente.

El vastísimo comercio de Marsella, alimentado por el mundo entero, abraza todos los artículos que la industria exterior puede producir; pero hay algunos que merecen mencion especial, porque constituyen por su naturaleza y su enorme valor total la base principal del tráfico alimentado por tantos millares de fragatas, bergantines, barcas y vapores que de todos los puntos del globo van á ofrecer su carga sobre los muelles de Marsella.

Así que cerraba la noche, una turba de merodeadores saqueaba las orillas, llevándose todo lo que estaba suelto en barcas y edificios. El ingeniero mostraba con orgullo la gran sala de los motores, que aprovechaban el gas de la hulla, al que antes no se daba aplicación. Aquello era obra suya y proporcionaba á la casa, sin nuevos gastos, una fuerza de más de dos mil caballos.

Espulsos de la tierra, fabricaron Las barcas y bateles que pudieron, Y

"Celebróse la fiesta, y luego salieron de entre las barcas del río cuatro despalmadas, vistosas por las diversas colores con que venían pintadas, y los remos, que eran seis de cada banda, ni más ni menos; las banderetas, que venían muchas por los filaretes, ansimismo eran de varios colores; los doce remeros de cada una venían vestidos de blanquísimo y delgado lienzo, de aquel mismo modo que yo vine cuando entré la vez primera en esta isla.

Cástel. Mayenza. Las riberas del rio. Una hija de la pérfida Albion, á bordo de un vapor y en tierra. Al volver de Wiesbáden á la márgen derecha del Rin, descendimos del tren en Cástel ó Kastel, pequeña localidad que sirve de cabeza al puente de barcas echado sobre el rio, llenando una funcion análoga, respecto de Mayenza, á la que corresponde á Kehl respecto de Estrasburgo.

El aire silencioso temblaba con exagerada sonoridad, repitiendo la caída de un remo en las barcas, pequeñas como moscas, que se deslizaban abajo por la copa del golfo, prolongando las voces femeninas é invisibles que se perseguían en las arboledas de las alturas. Los sirvientes fueron de mesa en mesa colocando bujías encerradas en faroles de papel.

Los viejos pilotos venidos de abajo, hombres de mar que habían empezado su carrera en las barcas de cabotaje y á duras penas ajustaban sus conocimientos prácticos al manejo de los libros, hablaban de Ferragut con orgullo: Dicen que los del mar somos gente bruta... Ahí tienen á don Luis, que es de los nuestros. Pueden preguntarle lo que quieran... ¡Un sabio! El nombre de Ulises les hacía titubear.

Palabra del Dia

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