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Actualizado: 7 de junio de 2025


Mientras que degeneraba siempre más por estas causas el teatro popular, se abría paso en España, extendiéndose más cada día, la literatura francesa, y con ella los principios literarios de los ingenios de la época de Luis XIV. No ha de atribuirse á la nueva dinastía, y como su consecuencia inmediata, esta irrupción de un gusto extraño, porque Felipe V se cuidaba poco de la ciencia y de la poesía; y si es cierto que en 1714 fundó la Real Academia Española, tomando por modelo la francesa, también lo es que ésta fué la única señal de interés, mostrado por él en favor de los intereses del espíritu de su pueblo.

Opiniones y censuras como las que acabamos de exponer no eran nuevas en España: ya en el siglo XVI López Pinciano, y en el XVII Suárez de Figueroa y Cascales, se habían explicado, aunque con mucho más ingenio, en el sentido indicado, si bien sus opiniones no fueron atendidas por nadie; y si Luzán y Blas Nasarre resucitaron esas ideas antiguas, y abrieron el camino á la imitación francesa, encontrando un mercado mejor dispuesto para la venta de sus artículos, ha de atribuirse sólo al cambio sufrido por una gran parte de la nación, y á la circunstancia de haber desaparecido de ella el sentimiento vivo y general de toda belleza poética.

Aunque ya desde esta época sólo aparecieron de tarde en tarde obras de esta especie, se conservaron muchas de las antiguas, como el Amadís de Gaula, el Palmerín de Inglaterra, El Caballero Febo, Olivante de Laura, Tirante el blanco, Florisel de Nicea, etc., leídos y apreciados por el público hasta fines del siglo XVII. Muchos escritores de una época posterior hablan de ellas de tal manera, que suponen necesariamente lo familiares que eran á los lectores; los dramáticos más importantes acudieron también á estas fuentes , y en general debe atribuirse al libro de Amadís indudable influjo en la afición á lo fantástico y maravilloso, que se observa en casi todos los poetas españoles.

Si, á pesar de todo, existen algunas bellezas en El Cid francés, no han de atribuirse al imitador, que ha hecho cuanto podía para borrarlas, sino á la excelencia del modelo, que no podía desaparecer ni en las manos más torpes.

El mal humor de Doña Paca en la noche a que me refiero, debe atribuirse, según datos fehacientes, a que Frasquito, en sus conversaciones de la tarde, y en los ratos de la cena y sobremesa de esta, mostró por Benina unas preferencias que lastimaron profundamente el amor propio de la viuda infeliz.

Muchos otros detalles de poca importancia, que sólo se aprecian estudiándolos con cuidado, prueban sus profundas y eruditas investigaciones históricas. Ha de atribuirse, sin embargo, á un don adivinatorio singular, á su intuición poética, que nos lo ofrezca todo tan claro y perceptible, como si creyésemos haberlo presenciado realmente.

Esto es perfeccion, es ser, es fuerza de ser; negarle pues la calidad de accidente es remover una negacion. Además, por lo mismo que se le atribuye el ser substancia, se le niega el ser accidente; estas dos ideas son contradictorias, no pueden atribuirse á un mismo tiempo á un mismo sujeto. Con esto no se niega nada; y para convencernos de esta verdad recordemos lo que es simple. VI, Cap.

Hay poblaciones enteras que no viven de otra cosa; y acaso en mucha parte debe atribuirse la índole dulce y laboriosa de los Suizos al hábito de cuidar con esmero los árboles, admirarlos repletos de flores y aromas y recoger sus frutos al lado de muy numerosas colmenas.

Divide la paciencia en nueve grados o mandamientos. «El primer grado de la paciencia es no empezar la injusticia; el segundo, después que el otro la empezó, no vindicarse de igual manera; el tercero, no hacer al que veja lo que padeces; el cuarto, atribuirse a misma los males que sufre; el quinto, atribuirse más que lo que quiere el que lo hizo; el sexto, no odiar al que hace estas cosas; el séptimo, amarle; el octavo, hacerle bien; el noveno rogar a Dios por él».

Tal vez , porque todo ese secreto de que rodeaba su domicilio, podía atribuirse al hecho de que a un capuchino no le es permitido poseer casa alguna fuera de su convento. Esas visitas a Florencia, de tarde en tarde, era probable que las hiciera cuando lo mandaban a recorrer la campiña para recoger las donaciones y limosnas de los contadini, que se destinan para los pobres de la ciudad.

Palabra del Dia

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