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Actualizado: 27 de julio de 2025
Esta certeza entusiasmó al Capellanet. Necesitaba ir armado para poder mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los atlots más valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a comenzar el festeig. El siñó Pep había sido rogado por los atlots con objeto de que fijase día y hora para la visita de los cortejantes.
La misma luz, el aspecto de siempre, pero él se imaginaba oír en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de cantos, la voz de Margalida. Allí estaría el Ferrer odioso, y aquel pobre diablo del Cantó, y todos los atlots bárbaros y rudos, con sus trajes ridículos. ¡Gran Dios! ¿Cómo habían podido gustarle estos campesinos?... ¡Con lo que él había visto en el mundo!...
Estaban entreteniéndose en el Borne para ir a casa de don Jaime cuando éste se hubiese levantado. Ya sabía él que los señores se acuestan tarde. ¡Qué felicidad verle!... ¡Aquí los atlots, y que mirasen bien al señor! Era don Jaime: era el amo. Diez años que no le había visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre mil personas.
Las gentes, que parecían dormidas en la pesadez ardorosa del ambiente, agitábanse ahora con vivo movimiento, como si la frescura las espolease. Los atlots gritaban a un tiempo contradictoriamente, con agresiva vehemencia, dirigiéndose a los músicos. Unos pedían la llarga, otros la curta: todos se sentían fuertes e imperiosos en su voluntad.
Preguntaba usted demasiado por ella... Pero ahora ya se les ha pasado el susto, y van a hacer algo: ¡vaya si lo harán!... Y no les falta razón. ¿Cuándo se ha visto en San José venir los forasteros a quitarles la novia a unos atlots que son los más valientes de la isla?...
Demostraban no tenerle miedo; le ponían aparte de los demás, eximiéndole de una operación por la que iban pasando todas las personas.» Siempre que encontraban al verro con otros mozos, registraban a éstos, sin tocar nunca a aquél. De este modo, los atlots, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato con el héroe y huían de él como de una atracción del peligro.
Todos los atlots quedaron en silencio, para que en el ambiente tranquilo resonasen las más leves palabras del forastero; pero Pep, adivinando esta intención, comenzó a hablar fuerte con su mujer y su hijo sobre trabajos que debían de realizar al día siguiente. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!...
Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo insólito con que se había dado fin a la velada. Los atlots dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las tinieblas de la noche.
Palabra del Dia
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