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Actualizado: 2 de junio de 2025
Se alejaba la tempestad; se despejaba el firmamento; asomaba la luna, y las nubes, antes aterradoras y negras, se convertían en blancos celajes orlados de plumas, de blondas, de argentados flecos; en veleros esquifes; en góndolas de nácar; en cisnes maravillosos de cuello enhiesto y alas erguidas, que bogaban en un golfo de aguas límpidas salpicado de estrellas.
Entonces quiso dar la vuelta y aplicar la boca a una rendija a ver si conseguía recoger más oxígeno: no le fue posible. La idea de morir asfixiado cruzó por su cerebro: un sudor frío y copioso le bañó todo el cuerpo: la congoja se apoderó de él. En pocos segundos pensó millares de cosas aterradoras; vio la muerte cara a cara; el miedo le dejó yerto, desmayado; estuvo a punto de perder el sentido.
Y las concepciones cristianas que sustituyeron a las del paganismo, se encuentran hoy en la misma situación en que se encontraron éstas en los tiempos de Séneca, que la describió así: "La religión es considerada por el pueblo como verdadera, por los filósofos como falsa y por los gobernantes como útil". De ella había dicho ya Polibio: "Si fuera posible que un Estado sólo se compusiera de sabios, semejante institución sería inútil; pero como la multitud es naturalmente inconstante, llena de arranques desenfrenados y de cóleras locas, ha sido necesario apelar a esos terrores de lo desconocido y a todo ese aparato de ficciones aterradoras para dominarla".
Rendido de la fatiga, se entregó al sueño por un momento; pero tuvo visiones aterradoras.
Créese, con razón, que nada hay tan horrible como sondear la conciencia de un pecador endurecido en el trance de la muerte; supónense tras aquel rostro lívido y desencajado luchas aterradoras que sostienen el imperio del mal y la moción del bien, fantasmas pavorosos que se levantan en la conciencia, combates encarnizados que traban en torno de aquella alma empedernida el ángel del arrepentimiento y el demonio de la impenitencia.
Horrible es esto; pero hay allí lucha, y donde hay lucha hay siempre una esperanza, una probabilidad de vencer... Por eso sobrepuja a este horror aquel otro horror que suele encontrarse tras aquellas pupilas vidriosas, aterradoras en esos momentos, cual la puerta siniestra ante la cual se sintió Dante desfallecer y vacilar: el marasmo, la quietud horrible de un alma que se hunde poco a poco en lo eterno, dándose cuenta de ello, pero sin que crucen por su mente más que ideas triviales, bagatelas con que procura distraerse y divertirse, ocultándose a sí propia el abismo, hasta que la muerte descarga de súbito la guadaña, y despierta de improviso aherrojada ya en lo profundo del infierno. ¡Letargo letal, pendiente horrible que, sin un prodigio de la divina gracia, va a parar derecha a la condenación eterna!...
Más allá de esos millares de astros, que percibimos a simple vista, hay cien millones que percibimos con el telescopio; más allá de esos cien millones hay otros millones de millones más, que recorren la inmensidad con celeridades aterradoras.
Circulaban por la calle de las Sierpes noticias aterradoras, exageradas por el hiperbólico comentario meridional. Acababa de morir el pobre Gallardo. El que daba el triste aviso le había visto en una cama de la enfermería de la plaza blanco como el papel y con una cruz entre las manos. Otro se presentaba con noticias menos lúgubres. Aún no había muerto, pero moriría de un momento a otro.
Palabra del Dia
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