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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Por otra parte, una civilización que esté destinada a vivir y a dilatarse en el mundo; una civilización que no haya perdido, momificándose, a la manera de los imperios asiáticos, la aptitud de la variabilidad, no puede prolongar indefinidamente la dirección de sus energías y de sus ideas en un único y exclusivo sentido.

Los navegantes de vuelta de África traían manojos de plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias, regalo de los corresponsales asiáticos.

¡Bah! exclamó Gabriel con expresión de indiferencia . Algo hay de esos adelantos. Las revoluciones políticas han puesto a España en contacto con Europa. La corriente progresiva ha cogido a este país, arrastrándolo como arrastra a los pueblos asiáticos y oceánicos. Hoy nadie se libra de ella.

Es preciso ver a estos españoles, por el idioma únicamente y por las confusas nociones religiosas que conservan, para saber apreciar los caracteres indómitos y altivos que nacen de esta lucha del hombre aislado con la naturaleza salvaje, del racional con el bruto; es preciso ver estas caras cerradas de barba, estos semblantes graves y serios, como los de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo desdén que les inspira la vista del hombre sedentario de las ciudades, que puede haber leído muchos libros, pero que no sabe aterrar un toro bravío y darle muerte, que no sabrá proveerse de caballo a campo abierto, a pie y sin el auxilio de nadie; que nunca ha parado un tigre, recibídolo con el puñal en una mano y el poncho envuelto en la otra, para meterlo en la boca, mientras le traspasa el corazón y lo deja tendido a sus pies.

Eran franceses en su mayor parte que venían de la Indo China. En la proa y la popa estaban alojadas cuatro compañías de tiradores asiáticos, pequeños, amarillentos, con ojos oblicuos y una voz semejante al maullar de los gatos. Iban á la guerra.

Pero los asiáticos no abandonaban su apatía serena, despreciadora de la muerte. Sólo algunos miraban al mar con una curiosidad infantil, deseosos de conocer este nuevo juguete diabólico inventado por las razas superiores. En las cubiertas reservadas á los pasajeros de primera clase, la extrañeza resultaba tan grande como la inquietud. ¡Submarinos en el Mediterráneo!... ¿Pero es posible?...

La civilización procede de la India, pero los pueblos asiáticos no pudieron hacer el aprendizaje de navegantes en unos mares donde las costas están muy lejanas unas de otras y los monzones del Océano Indico soplan seis meses seguidos en una dirección y seis meses en otra. Solamente al llegar al Mediterráneo, en sus emigraciones por tierra, el hombre blanco había querido ser marinero.

La materia de los griegos no era la materia natural, la que encontraron en la creacion, la sustancia visible del universo; era una materia que ellos modelaron, era una materia artística. Propiamente hablando, los griegos no idolatraron la materia como los asiáticos, sino la forma, el contorno, la arquitectura.

De este desorden, quizá por mucho tiempo inevitable, resulta que el caudillo que en las revueltas llega a elevarse, posee sin contradicción, y sin que sus secuaces duden de ello, el poder amplio y terrible que sólo se encuentra hoy en los pueblos asiáticos. El caudillo argentino es un Mahoma, que pudiera a su antojo cambiar la religión dominante y forjar una nueva.

Este, más musculoso, contuvo la mano ofensora, la inmovilizó con dura presión, al mismo tiempo que sonreía de un modo lúgubre. Los ojos se lo empequeñecieron, volviendo sus vértices hacia arriba con el crispamiento de la sonrisa. Eran unos ojos asiáticos. Su nariz se ensanchó con una aspiración caballuna. Así debieron sonreir en sus malos momentos los remotos abuelos de la princesa Lubimoff...

Palabra del Dia

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