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Actualizado: 5 de julio de 2025
Cuando llegué al postigo, aquel hombre, á quien reconocí á la luz de la luna y que era el mismo soldado que durante algunos días había estado de aposento en nuestra casa, había puesto á Margarita sobre el arzón de su caballo, había montado y había partido.
Uno de sus hundidos ojuelos verdes relucía felinamente; el otro, inmóvil y cubierto con gruesa nube blanca, semejaba hecho de cristal cuajado. Abriendo Barbacana el cajón de su pupitre, sacaba de él dos enormes pistolas de arzón, prehistóricas sin duda, y las reconocía para cerciorarse de que estaban cargadas. Mirando al aparecido fijamente, pareció ofrecérselas con leve enarcamiento de cejas.
Se vió el estanciero á pie, mientras el otro continuaba huyendo con su hija sobre el arzón. Toda su voluntad la concentró en la mano que sostenía el revólver, apuntando éste contra el enemigo fugitivo. Necesitaba matar su caballo. Rojas, que no temía la lucha con las fieras ni con los hombres y pocas veces había conocido el miedo, tembló de emoción... ¡Dar muerte á un caballo!
Continuaron, pues, la marcha, protegidos por la obscuridad de la noche y guiados por un pastor de cuya guarda se encargó Reno, empezando por atarle sólidamente una muñeca con recia cuerda cuyo otro extremo aseguró al arzón de su silla.
Luego montaba en el arzón de su caballo al indio gigantesco, como un galán que roba a su dama, y en un galope de leguas y leguas llevábalo hasta el campo español.
Trabucos, carabinas de chispa, carabinas de pistón, de un cañón, de dos cañones, pistolas de arzón, cachorrillos, sables, puñales, navajas. ¿Sería que el capitán, á pesar de su pregonado amor á la paz y sus instintos bucólicos, guardase allá en los repliegues del corazón grato recuerdo de su vida de guerrero? No por cierto.
Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos.
Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la bacía de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado del arzón delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.
Echábanles sobre los lomos la gran silla moruna de alto arzón y asiento amarillo, con estribos vaqueros, y había bestia que al recibir este peso estaba próxima a doblar las patas. Potaje mostrábase altanero en sus discusiones con el contratista de caballos, hablando en nombre propio y en el de los camaradas, haciendo reír hasta a los «monos sabios» con sus gitanescas maldiciones.
La madre no trabajaba y las vecinas hacíanla la corte, viendo en ella una prestamista generosa para sus días de apuro. Juan, a más de las joyas pesadas y estrepitosas con que adornaba su persona, poseía el supremo lujo de todo torero: una jaca alazana, de gran poder, con silla vaquera y gran manta en el arzón orlada de borlajes multicolores.
Palabra del Dia
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