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Actualizado: 8 de junio de 2025
Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla y miró de hito en hito al tal médico, y con voz grave le preguntó cómo se llamaba y dónde había estudiado.
Doña Inés estaba furiosa contra el sapo y llena de miedo también de que, interviniendo el diablo, que todo lo añasca, pudiese conseguir el sapo su detestable propósito. La misma inocencia de Juanita y la libertad y el abandono en que vivía, sin el arrimo y el consejo que suele prestar la prudencia de una madre, aumentaban el sobresalto de doña Inés.
Así no pensaba en arrimo ni sombra que le cobijara en las islas, sino en puente que desde ellas le pasara á la corte de España.
Una tarde fría de febrero, al retirarse de la lección, y después de haber oído leer a su maestro un docto comentario sobre el Cantar de los cantares, Ramiro topó con Aldonsa junto al pilar de la escalera. Ella le invitó a subir a la torre. Un instante después uno y otro escalaban los peldaños. De pronto la campanera se detuvo y arrimó la luz del farol al rostro del mancebo.
Acostumbrado debía estar este a tan críticas situaciones, porque lo primero que hizo fue dejar el chorreante impermeable en una silla, remangarse tranquilamente las mangas del gabán y los puños de la camisa, y tomar de manos de Chinto una caja cuadrilonga que arrimó a un rincón. Después entró en el cuarto de la paciente, y se oyó la voz gruñona de la comadre, empeñada en darle explicaciones....
Se arrimó nuevamente entonces el viajero a los helados cristales, y se quedó así, inmóvil, meditabundo. El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados.
Gran número de sitiadores, con actividad diligente, solícita, casi frenética, allegó y trajo leña y hojas secas, y, formando con ellas enormes montones y altos rimeros, las arrimó a las puertas y a las paredes. Los sitiadores más decididos prendieron fuego por varios puntos, y, favorable el viento a su intención, estimuló el fuego soplando.
Y acabó la noche, al fin, de envolver la casona y el valle y las montañas en la más densa e impenetrable oscuridad; se cerraron los portones, se avivó la fogata de la cocina, se arrimó a ella mi tío en el sitio de costumbre, pero inquieto y alarmado también, porque nos veía alarmados e inquietos a todos los que vagábamos como sombras, más que andábamos como personas, en su derredor... y ¡nada, ni una voz afuera, ni un golpe, ni un silbido!... El silencio, la soledad, el frío de los sepulcros, ¡la muerte por todas partes!
Tía Carmen arrimó la mesita, en la cual, en un candelero de latón, ardía con luz rojiza una vela de sebo. Como no me viese a su gusto, insistió impaciente: Obedeciéronla. Me senté a su lado. Andrés y tía Pepa permanecían de pie delante de nosotros. Desde la puerta, que daba paso a las habitaciones interiores, la joven nos veía.
Fernan Jiménez desesperado ya de que Modico se le rindiese, y de tomarle, estaba dentro de su tienda dudoso de lo que habia de hacer, cuando las voces y algazara de los que bailaban le sacó de su tienda. Poco á poco se arrimó á las murallas, reconociéndolas sin gente, mandó que ciento de los suyos diesen una escalada, y él con lo restante acometeria la puerta.
Palabra del Dia
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