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Alegre y apacible y muy graciosa La tierra por aquí vimos, poblada De frescas arboledas, y abundosa De caza, y nunca ha sido conquistada. La gente es labradora, y codiciosa De guerra, y es en ella muy versada; Mas tómalos Garay muy descuidados, Y asì pudieron ser desbaratados.

Cuando suena la tempestad en el bosque, cuando arranca y derriba los pinos gigantescos, cuya caida hace resonar la montana, tu me guias a un asilo seguro y me revelas los secretos maravillosos de mi propio corazon; cuando la luna tranquila sube lentamente a los cielos, las sombras plateadas de los tiempos antiguos se presentan a mis ojos, sobre las rocas y en las arboledas, y parece que me suavizan el severo placer de la meditacion.

Sin embargo, fuerza es poner tocando en las estrellas el favor excelso de cederle para su recobro y recreación la huerta de los Alijares , mansión real y de todo deleite. ¡Qué apacibles horas habrás gustado por aquellas arboledas, razonando con tu buen padre, oyendo el idioma de las aves o cultivando acaso las rosas de Egipto o el tulipán de Persia!

El río Ibaya, limpio, claro, cruzaba el valle por entre heredades verdes, por entre filas de álamos altísimos, ensanchándose y saltando sobre las piedras, estrechándose después, convirtiéndose en cascada de perlas al caer por la presa del molino. Cerraban el horizonte montes ceñudos y en los huertos se veían arboledas y bosquecillos de frutales.

Murmullaba debajo de nosotros el follage de los naranjos y los álamos; allá á lo lejos, en el fondo, se distinguia una palmera; mas allá aun, ya fuera de las murallas, masas oscuras que parecian otras tantas arboledas.

Tengo delante el «real» solitario, la llanura desierta y silenciosa, en el fondo de la cual corre el Pedregoso adormecido y manso bajo las arboledas.... Me abismo en la contemplación del paisaje; te nombro, y mi alma corre hacia las montañas esas que me separan de , y escala las cimas, y vuela con las nubes, y va a velar tu sueño.

La multitud, junto a esas edificaciones grandiosas, es apenas como granos de arena negra que un viento blando trae y lleva. Aquí está el vasto palacio imperial, entre arboledas misteriosas, con sus tejados de un amarillo de oro muy vivo. ¡Con cuánto gusto penetraría en sus secretos y vería desfilar, por las galerías sobrepuestas, la magnificencia bárbara de esas dinastías seculares!

Y finalmente, por no ser molesto en esta descripcion, digo que es el mejor temperamento, y mas benévolo que se halla en toda la América, porque parece un segundo paraiso terrenal, segun la abundancia de sus arboledas, ya de cipreses, cedros, pinos de dos géneros; ya de naranjos, robles y palmas, y abundancia de diferentes frutas muy sabrosa: y es tierra tan sana que la gente muere de puro vieja, y no de enfermedades, porque el clima de aquella tierra no consiente achaque ninguno, por ser la tierra muy fresca, por la vecindad que tiene de las sierras nevadas.

Después de pasear una mirada de satisfacción por la enorme masa de Villa-Sirena, sus dependencias y las arboledas inmediatas, el coronel dijo á Novoa: Aquí costó menos lo que se ve que lo que no se ve. Hay mucho dinero enterrado.

Y al pié de esas ricas arboledas y de esas chozas llenas de colorido local, los grupos animados de viajeros y bogas, tan discordantes y variados, y formando un contraste tan curioso como el que hacian el vapor Bogotá y los champanes y las casas indígenas.