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No podíamos navegar; las olas enormes nos inundaban la ballenera; teníamos que sacar el agua con las gorras; la espuma nos azotaba la cara y el viento nos apagaba el farol cuando queríamos ver la brújula, y nos dejaba sordos. Luchamos durante dos días con la lluvia, y a la mañana del tercero vimos la isla de Lanzarote como una nube.

Pero él la había visto allí, detrás de aquel árbol, con su gorra de piel y sus terribles ojos fijos en la ventana. Al contar todo esto a Pomerantzev, parecía lleno de un terror que apagaba su voz y se manifestaba también en la agitación de su barba.

En la mayor oscuridad de la noche vieron, no muy lejos de donde se habían acampado, una llama en forma de antorcha, que muchas veces se encendía y apagaba.

Apareció en el primer tramo de la escalera el portacruz, avanzando horizontalmente su insignia de dobles brazos para que pasase bajo el arco de la puerta. Después, entre familiares, y seguido por la sotana morada del obispo auxiliar, avanzó el cardenal, vestido de púrpura, que apagaba el rojo violáceo de los canónigos.

¿Y quién la mató? Lea levantó orgullosamente la cabeza y respondió con acento terrible. ¡Yo! ¡, desgraciada! ¿Y cómo? Vas á saberlo. Todo quedó en silencio, solamente turbado por la respiración anhelosa de Lea. El rumor de la ciudad dormida se apagaba á lo lejos con el sordo rodar de los ya escasos coches.

Había visto días, los menos, eso , en que brillaba echando chispas el sol del alma, seguidos de otros en que se apagaba casi por completo; pero nunca vio una tan inalterable y mansa corriente de días tibios, iguales, de penumbra dulce y reparadora. Llevábase muy bien con doña Lupe, y con su marido le pasaba lo más extraño que imaginar pudiera.

No podía más: se apagaba su cólera, consumida por su propia vehemencia. Los sollozos cortaron sus palabras. Ya no vería en su marido al mismo hombre de antes: el cadáver del hijo se interponía entre los dos.

Es que me da mucho miedo de estar sola, y me parece que entran ladrones, asesinos y qué yo... Ninguna noche conciliaba el sueño antes de que diera las doce el reloj de la Casa-Panadería. Oía claramente algunas campanadas; después el sonido se apagaba alejándose, como si se balanceara en la atmósfera, para volver luego y estrellarse en los cristales de la ventana.

Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido, durante todo este tiempo, escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz, diciéndome a mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh! ¡mañana le escribiré!

Pero notando que la frente de su suegro se fruncía, y en sus ojos se apagaba repentinamente la sonrisa, añadió balbuciendo: Tampoco me parece que estaría mal en la Escombrera... Mucho mejor, Gonzalo... ¡Infinitamente mejor! Puede, puede. Y esta opinión mía añadió no vayas a figurarte que es de ayer mañana, sino de toda la vida.