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Riccoboni, en sus Reflexions sur les differens theatres de l'Europe, Amsterdam, 1740, pág. 57, cuenta la anécdota, no por cierto inverosímil, de que un librero de Madrid acometió la empresa de reunir comedias españolas sin nombre de autor, y que las escritas por uno, dos y tres ingenios de esta corte llegaron á ascender á 4.800.

Los hombres y mujeres de mar de que se hace referencia en el siglo XVI, fueron vistos no sólo rápidamente en medio del líquido elemento, sino que se les trajo á tierra, se les paseó por ella, y vivieron en grandes centros de población tales como Amberes y Amsterdam, en los palacios de Carlos V y Felipe II, y por lo tanto estuvieron bajo las miradas de Vesale y de los primeros sabios de aquella época.

Hablo de la multitad de judíos portugueses, que huyendo de la Inquisición fueron casi todos á refugiarse á Amsterdam y en otras ciudades de Holanda y Francia, donde escribieron en castellano poesías, novela, filosofía, religión, política y otras ciencias.

El Dragón era de una Sociedad franco-holandesa para la trata de negros, que tenía sus principales accionistas en Amsterdam, Saint-Malô y Nantes. Esta Sociedad no firmaba mas que por sus iniciales: V.d.H., Z. y C.'ía. Comparado con los de hoy, aquel barco daria rísa.

Lo que él quería conocer era el motivo que la había llevado á Java, la isla paradisíaca y misteriosa. Mi marido era comandante holandés dijo ella . Nos casamos en Amsterdam y le seguí á Asia. Ulises protestó ante esta noticia. ¿No había sido un sabio su esposo?... ¿No la había llevado á los Andes, en busca de bestias prehistóricas?...

Le llevaron de Liverpool a Amsterdam, y Zaldumbide lo rescató, pagando sus deudas y embarcándole en El Dragón. Allen era un buen muchacho, pero muy poco marino. Por más que yo intenté explicarle las maniobras, no pude. Miraba al mar como algo sin interés. Tenía espíritu de labrador. Otro hombre bueno en el fondo era Franz Nissen, el timonel. Hablaba muy poco, y nunca de su vida.

El viaje entre Madrid y Galicia no se debe hacer más que con un ideal muy grande. Cuando yo venía hacia acá, me encontré en el tren con mi compañero Domínguez Rodiño, quien se proponía tomar en Vigo un vapor hasta Ámsterdam para entrar luego en Alemania y ver si desde allí podía trasladarse a Moscou. Es un viaje penoso me decía Rodiño. ¡Bah! le contestaba yo . La dificultad está en llegar a Vigo.

La impresión que uno siente es fuerte, mucho más que la que produce el mono, cuyas muecas nos son antipáticas. Nunca olvidaré las focas del Jardín Zoológico de Amsterdam, delicioso museo, tan rico y bien organizado, y uno de los sitios más encantadores que existen en el mundo.

Por eso esta misma noche, con el permiso de usted, querido tutor, partiré para Amsterdam y La Haya, de donde regresaré por Colonia e Heidelberg. Antonia escuchaba con inquieto afán las palabras de Amaury, pronunciadas con singular amargura.

Una vez cada seis meses entrábamos en este sitio todos juntos y elegíamos una cierta cantidad de joyas y otros artículos de valor, los cuales eran enviados, por diferentes vías, a los puntos convenientes: las joyas a Amsterdam, para ser vendidas, y los demás artículos a las grandes casas de remates de París, Bruselas y Londres, mientras otros objetos iban a parar a las manos de famosos comerciantes y coleccionistas de antigüedades.