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Actualizado: 3 de julio de 2025
Hojas había muy diferentes entre sí: unas, obscuras, en descomposición, vueltas ya casi mantillo: otras secas, quebradizas, encogidas; otras amarillas, o aun algo verdosas, húmedas todavía, con los jugos del tronco que las sustentara.
Dejaron los sembrados y empezaron a caminar por las praderas cortadas aquí y allá por grupos de árboles, esmaltadas de florecitas blancas, amarillas, rojas. Por entre estos macizos de florecitas silvestres asomaba de vez en cuando el lomo turgente de una roca enorme, como un gigante que durmiese oculto entre ellas. Se aproximaba el crepúsculo.
La catala, especie de guacamayo, de plumaje blanco y muy rara vez con pintas amarillas: las hay de dos clases, pequeñas como una paloma y de tamaño igual á una gallina; éstas suelen tener el penacho amarillo y encarnado; son muy fáciles de domesticar.
Era un día de otoño muy melancólico; el cielo estaba obscuro; lloviznaba; los cuervos pasaban graznando por el aire. Los árboles se despojaban de sus hojas rojizas y amarillas, cubriendo el campo con ellas; las ráfagas de viento las llevaban de acá para allá por el camino; había un olor otoñal de hierba marchita, de helecho mojado y de hojas húmedas.
Sus amarillas ropas de infamia cubiertas de rojos pintarrajos absorbían la lumbre del poniente y cobraban sobre ella un esplendor bárbaro y fatídico. Hubiérase dicho la sacerdotisa de algún espantoso culto de inmolación y de éxtasis pronta a arrojar su sagrado cuerpo a las llamas.
Ni a mí las rosas de Pasión. Ni a mí las rosas de Jericó. Ni a mí las rosas amarillas. La voz clara y fuerte de Marisalada oscureció todas las otras gritando: A las rosas secas no las puedo ver. A las rosas secas exclamaron en coro todas las muchachas no las puedo ver.
No hay más estamento que el de procuradores, en que entrarán todas las clases de la sociedad. ¿Y dices que están pintando el teatro? Sí, señora. Le han puesto unas cenefas amarillas y encarnadas que hacen una vista así como de escenario de titiriteros en feria... En fin, monísimo. Para esta festividad quiere sin duda el Sr.
La curiosidad y el deseo de dar el último adiós a su amiga empujaron a Fortunata hacia la escalera... Alcanzó a ver las cintas amarillas sobre la tela negra, en la revuelta de la escalera; pero fue un segundo no más.
En un paquete de cartas amarillas leí una firmada Juan. En ella se acusaba recibo de una cantidad no pequeña y se decía que enviaba su daguerrotipo, hecho por un fotógrafo de París. No cabía duda que la carta era de mi tío. Estaba escrita desde un pueblo de Bretaña y fechada diez años después de que en Lúzaro se celebrara el entierro.
Las mujeres pasaron gritando. Entre ellas se divulgó una de esas noticias que electrizan, que redoblan el entusiasmo y aguzan el soez pensamiento. La noticia era esta: De los dos chicos a quienes se había sorprendido poco más arriba echando unas tierras amarillas en las cubas de los aguadores, el uno fue muerto al instante, el otro logró escaparse y se refugió.... ¿dónde? en el mismo San Isidro.
Palabra del Dia
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