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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Vacilaba entre figurar á mi héroe dando migajas de pan al pajarito, ó metiendo la cabeza en los sumideros del palacio de su amada. Miré al magnífico Duque, y le con la cabeza gacha y colgante, como higo maduro.

No lo olvides por Dios, jóven que leas estos pobres apuntes: limpieza, recato, sencillez, virtud y una flor; deja lo demás al cuidado del cielo; un hombre te amará, te amará de veras, como deseas ser amada, y serás venturosa hasta en tus hijos.

8 y saldrá para engañar los gentiles que están sobre los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de congregarlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. 9 Y subieron sobre la anchura de la tierra, y circundaron el campo de los santos, y la Ciudad amada. Y de Dios descendió fuego del cielo, y los devoró.

El sentimiento unánime daba razón, por fin, a Roberto Vérod, que contra todas las apariencias había insistido en creer en el delito, y conseguía, por último, vengar a su amada. Y mientras los curiosos esperaban más tranquilos el momento de ver la última escena del drama en los debates públicos, Vérod era, sin embargo, el único que continuaba en la angustia.

¡Salve, oh reina de encantos, Filipinas querida, resplandeciente Venus, tierra amada y sin par: región de luz, colores, poesía, fragancias, vida, región de ricos frutos y de armonías, mecida por la brisa y los dulces murmullos de la mar!

Así escribe desde el campo de batalla á su amada Tarúb, y en estos sentidos, concisos y brillantes pensamientos, muestra bien claro el privilegiado temple de su alma.

Cuando el artista quiere representar a la ciencia, a la poesía, a la virtud, ¿no les da forma de mujer? MARINO. Es cierto. PROCLO. No debes, pues, maravillarte de que yo ame en esta mujer a la ciencia, a la poesía y a la virtud con forma visible. MARINO. Ya no me maravillo. ¿Y puedo saber cómo se llama tu amada? PROCLO. Se llama Asclepigenia. Es la hija de mi maestro Plutarco.

Y arrebatado por la imaginación, se veía paseando con María Teresa por países que conocía bien, pero que se transformaban con la presencia de su amada, apareciéndosele como comarcas fabulosas y encantadas. Al fin, se substrajo a esta alucinación, y miró a su alrededor.

No era tal el convenio que yo estipulara con mister Wildman, Cónsul de Hong-kong. No es, en fin, la sumisión de mi amada pátria á nuevo yugo extranjero, lo que me prometiera el almirante Dewey.

Una noche, estando Astolfo de visita en casa de su amada, penetra en ella el Duque á la fuerza. Los dos rivales riñen. Astolfo cae y es dejado por muerto. La herida, sin embargo, no es mortal; trasladado á casa de un amigo, permanece allí oculto hasta después de su convalecencia, temeroso de la venganza del Duque.

Palabra del Dia

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