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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Era el último que se había presentado como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba sin cesar para distraerlo, quedóse de pronto con la boca abierta al ver cómo se alejaba sin oírle más. Sentóse al lado de Margalida, que parecía no verle, humillada la cabeza y fijos los ojos en sus rodillas.

Profundamente conmovido, se disponía Francisco a seguir el camino que la joven le había indicado, el cual en aquel sitio cruzaba un pequeño bosque de sauces y de abedules, cuando despertó su atención un ligero rumor de hojarasca y vio al mismo tiempo, confusamente, por entre los árboles la figura de un hombre joven que huía del bosquecillo y se alejaba a través de un campo de centeno.

¡Ay! había repasado en mi mente aquellos hermosos cuadros de la infancia y de la juventud; pero ésta se alejaba de a pasos rápidos, y el tiempo que pasó al darme su poético adiós hacía más amarga mi situación actual. ¿En dónde estaba yo? ¿Qué era entonces? ¿A dónde iba?

Y mostrando con el dedo la ventana que daba frente a su lecho: Mi razón, debilitada, me hace ver fantasmas; porque mientras hablabas... me pareció ver una sombra al través de esta ventana... la sombra de Gerardo. Ha sido él, o su sombra, la que me ha mirado llorando. Al oír estas palabras, lanzose Isabel a la ventana que daba al jardín y oyó los pasos de un hombre que se alejaba.

En ese momento todo iba perfectamente: María Teresa parecía haber consentido en demorar su casamiento hasta una fecha lejana e indecisa. Huberto, satisfecho de aquella vaga determinación, que lo alejaba del cumplimiento de su compromiso, se prometió no precipitarse.

Pero Salvador ya se alejaba, sin aguardar contestación, y Carmen se volvió al lado del moribundo, pensando en su amigo con agitación extraña, con vago arrepentimiento, mientras que doña Rebeca y su hija se oscurecían hacia un rincón, en amarga disputa.... Ya la muerte había llegado a la alcoba de Julio y se había aposentado encima de la cama.

Mientras la joven se alejaba, Diana interrogó coquetamente a Huberto. Supongo que el sentimiento de indiferencia de que usted hablaba hace un momento, no se extiende a todas las jóvenes que ha conocido en esta estación y si así fuera, tanto mejor para usted; no llevará ningún pesar en su equipaje. Quiero creer, señorita, que su deseo de conocer mis sentimientos, es una prueba de simpatía.

De cuando en cuando, Juno golpeábame el brazo con su abanico y me decía al oído, que me ponía en ridículo; pero era como hablar con una tapia; pues yo me alejaba sin oírla, revoloteando con mis compañeros. A veces, mi caballero creía oportuno entablar conversación. ¿No hace mucho que vivís aquí, señorita? No señor; seis semanas, más o menos. ¿Y dónde vivíais antes de venir al Pavol?

Si la amaba, verdaderamente, debía haber comprendido cuánto esta manera de pensar lo alejaba de ella. Su padre ¿no era el tipo perfecto del caballero? Y la fortuna que había ganado ¿no era más honorable aún por haber sido ganada en la industria con su propio trabajo? Pero no, aquéllas eran palabras al aire, de esas palabras insignificantes de que están sembradas las conversaciones sociales.

A Miguel se le ocurrió de pronto que a más de frío tendrían hambre aquellas desgraciadas criaturas, y tomando a cada una de la mano, rompió con ellas, por entre la mucha gente que se había aglomerado, con intención de llevarlas a algún sitio donde reparasen el estómago. Cuando ya se alejaba del grupo, oyó a una joven del pueblo exclamar: ¡Y luego dirán que no hay caridad en Madrid!

Palabra del Dia

hociquea

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