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Actualizado: 7 de junio de 2025
¡El y yo! ¿y no adivináis quién ha podido alcanzar esa gracia del rey? Indudablemente ha sido el duque de Lerma. ¡El duque de Lerma! dijo Quevedo frunciendo el entrecejo y poniéndose pálido ; el duque de Lerma no hace nada de balde.
Quedaron por entonces en lo exterior algo sosegados, pero los ánimos secretamente muy alterados y sospechos, deseando ocasion de vengarse del agravio que cada cual imaginaba que se le hacia: que todo lo que no es alcanzar uno su pretension como la desea, lo juzga por agravio.
Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de partes de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: ''Aquélla, nieto, se parece a la dueña Quintañona''; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella o, por lo menos, debió de alcanzar a ver algún retrato suyo.
Teniendo palacios a su disposición, los reyes preferían vivir en estos cuartos, por estar dentro de la catedral, cerca de Dios.... A tales monarcas, tales pueblos. Por esto España fue más grande entonces que nunca, y éramos los amos del mundo, y había dinero y grandeza, y se vivía feliz en la tierra, con la certeza de alcanzar el cielo después de muerto.
Apenas nos divisaron los Maigenos, cuando levantaron sus reales y huyeron, y auque los seguimos con cuanta prisa fué posible, no los pudimos alcanzar: pero nos admiró el destrozo que habian hecho los Cários en los enemigos, y los que habian quedado vivos volvieron con nosotros, á nuestro real, muy contentos.
Casi todas son rectas como columnas, y la extensión abierta entre los fustes permiten á la vista alcanzar largas distancias.
Miró a las gentes de buen aspecto que ocupaban el andén, sin alcanzar a ver al tío de su cuñado. Hubo un empujón general en las cubiertas. ¡A tierra! La salida estaba libre.
No es, en verdad, amor, ni merece tan santo nombre, lo que yo he sentido y conocido desde la bajeza impura en que nací hasta el día de hoy. Sólo es amor, cumplido y entero, el que yo columbré remotamente entre los brazos de Juan Maury, y que por mi indignidad o por mi desgracia no pude alcanzar nunca.
La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en español. Era sin duda una extranjera...
Fáciles son de presumir los zipizapes de que sería teatro en muchas ocasiones el establecimiento de D. Marcelino. Por fortuna éste tenía la saludable costumbre de dar la razón á todos y cada uno de los contendientes. De esta suerte nadie se encontraba solo en la defensa de ninguna causa y la irritación nunca podía alcanzar un grado peligroso.
Palabra del Dia
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