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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
Un ligero ruido a la espalda de la columna y algunas risas ahogadas me hicieron saber que el chef acababa de caer, pero con felicidad. Acordándome de un consejo de nuestros gauchos cuando marchan por la pampa en las tinieblas de la noche, encargué a Mounsey no fumar y sobre todo no encender fósforos.
En el silencio, un ruido confuso de voces subía hasta ellos, con risas moderadas, ahogadas, como lo requieren las conveniencias en una casa en que hay un muerto.
Después venía el ruido rápido que producen las trencillas del corsé al deslizarse por entre los ojetes metálicos; luego caían sobre la alfombra las ropas, con gemir de ola en playa, oíase el murmullo de las frases ahogadas en besos, y en seguida comenzaban esos primores de refinamiento amoroso que condenan los hipócritas y disculpan los sabios. ¡Cómo los recordaba!
Entre risas ahogadas y cuchicheos, oía el canto monótono de la sartén en la que se freían montones de pasteles dorados, que espolvoreados con azúcar rubia, llevados de a seis u ocho máximum que podía contener el único plato de loza que había en la casa con destino al depósito general, que estaba en la pieza de paja, bajo la custodia de una vieja vigilante, tía respetada de algunos muchachos greñudos y carasucias, que de vez en cuando se asomaban por ahí, espiando el momento de dar un malón con suerte.
Al acercarme se detuvieron, me miraron de pies a cabeza como a un animal curioso y, tan pronto como les di la espalda, oí detrás de mí cuchicheos y risas ahogadas. Me invadió un calofrío al observar esa curiosidad malevolente de aldea. Me sentí aliviada cuando vi alzarse frente a mí las torres de la puerta.
Dirigió a Josefina en voz baja dos o tres palabras que, según el movimiento con que las acompañó, debían ser: «¿Qué tal esto?». Y la de García alzó los hombros de un modo imperceptible, que claramente significaba: «Psh.... Un dramón muy cursi y muy populachero». Definida así la situación, Baltasar tomó familiarmente el abanico de la joven, y mientras lo cerraba y abría y le daba vueltas como para informarse bien del paisaje, se entabló una de esas conversaciones íntimas, salpicadas de coqueterías, de reticencias, de miradas intensas y cortas, de ahogadas risas, diálogos en que reina dulce abandono, que no serían posibles mano a mano y en la soledad, y nunca se producen mejor que entre el tumulto de un sitio público, ante miles de testigos, en el desierto de las multitudes.
En su extraña situación, viviendo durante el día de jugueteos infantiles con una muchacha que no despertaba en él más que el regocijo de la camaradería fraternal y durante la noche de tristes recuerdos, lo único que le placía era la confianza de su madre, la tranquilidad de la casa, el poder ir y venir sin sentir fijos en él unos ojos irritados y escuchar palabras de indignación ahogadas entre dientes.
La ancha cara de mi tía revelaba la reflección alarmante de sus venas ahogadas por las ondas perezosas de una sangre espesa e inmóvil.
Palabra del Dia
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