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El antiguo jardín sólo os pide otra vez, por su nueva eclosión, que tengáis para él una eterna canción, una voz de querer, un espíritu afín y una sed de habitar con la Reina Ilusión. El vivir es el hoy; nadie sabe el después: ¿a qué tristes vivir, a qué solos vagar sin un lazo de unión que nos pueda estrechar y, aunque herida la sien y maltrechos los piés, nos amor de vivir, de soñar y cantar?

Esto ocurría las más de las veces entre los individuos de distinto sexo que pueblan la tierra. Se rozan, pero no se compenetran ni confunden. Existe el sentimentalismo pasajero, el capricho carnal, nunca el amor. Lucy, la pobre enferma, era el ser afín al suyo: se vieron y se amaron.

Años después, recordando aquel golpe de audacia, para el cual sólo el amor podía haberle dado fuerzas, lo que más admiraba en su temeraria empresa era el piquillo de su pretensión, los doscientos reales en que su demanda había excedido a su necesidad. «¿Por qué pedí mil reales en vez de ochocientos?». No se lo explicó nunca. D. Juan Nepomuceno miró, sin contestar, a su afín. ¡Mil reales!

Los irlandeses se las echan a su vez de celtas, y, sin embargo, yo me siento mucho más afín a un madrileño que a un irlandés. No continúo . Yo no soy celta. Soy, sencillamente, un hombre nervioso y, en vez de unirme a un celta sanguíneo, prefiero hacerlo a un ibero de mi mismo temperamento. ¿Por qué no han de asociarse los hombres por temperamentos en vez de hacerlo por razas o por religiones?

Así y todo, aun los más prevenidos contra aquella índole literaria tan angelical y tan simpática, ante quien toda crítica enmudece, no podrán menos de reconocer a la insigne dama andaluza, autora de Clemencia y de La Gaviota, el mérito supremo de haber creado la novela moderna de costumbres españolas, la novela de sabor local, siendo en este concepto discípulos suyos cuantos hoy la cultivan, y entre ellos Pereda, que afín además por sus ideas con las de Fernán Caballero, se ha gloriado siempre de semejante filiación intelectual.

D. Juan clavó una mirada puntiaguda en los ojos claros... y turbados de su afín; adivinó algo, echó sus cuentas en un segundo, y, tomando dos montones de plata, se los puso entre los dedos al pasmado Reyes, sin decir más que: Tome usted; son mil justos. Bueno, gracias. Mañana mismo.... Eso... allá usted. Y que Emma no sepa.... Por ahora no hace falta que sepa nada. ¿Cómo por ahora?

El antiguo jardín sólo os pide esta vez, por su nueva eclosión, que tengáis para él una bella canción, una voz de querer, un espíritu afín y una sed de morir por la Reina Ilusión. Julio, 1913. Parece la fragua el ojo cerrado de un muerto titán, y el yunque parece un pico en silencio de un ave anormal.