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Actualizado: 11 de junio de 2025


; un adorno nada más... Pero sus ojos se obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?... ¡Pepet!... ¡Atlot! La voz de cristal sonó ahora al pie de la torre. Febrer esperaba oírla más cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en el hueco de entrada.

A lo que dijo el ama: -Díganos, señor: en la corte de Su Majestad, ¿no hay caballeros? - -respondió don Quijote-, y muchos; y es razón que los haya, para adorno de la grandeza de los príncipes y para ostentación de la majestad real. -Pues, ¿no sería vuesa merced -replicó ella- uno de los que a pie quedo sirviesen a su rey y señor, estándose en la corte?

Pasado el primer instante de estupor, lo que primero fue observado por Marianela, causándole gran confusión, fue que la bella Virgen tenía una corbata azul en su garganta, adorno que ella no había visto jamás en las Vírgenes soñadas ni en las pintadas.

En los pueblos inmediatos a ríos ponen mucho pescado, alguno vivo en canoas pequeñas con agua; y, en fin, cuanto produce la tierra y alcanza su industria, todo sirve de adorno a los arcos y altares de la plaza, de modo que apenas se descubre lo verde de los ramos de que son formados, y dicen que a Dios, que es Señor y Criador de todas las cosas, se le debe servir con todas ellas.

Era distinto de los patios cercanos, henchidos de cadáveres. Sus diseminadas tumbas parecían monumentos de adorno, colocados allí sin otro objeto que alterar la verde monotonía de la vegetación. Eran sepulturas de ricos, de privilegiados, que aun después de muertos parecían guardar la tranquila compostura de los felices.

Pero llegó al fin el momento en que el niño debía ser despechado. Había contado sin la huéspeda. Su esposo halló, por el contrario, que aquel adorno de soldadito, le sentaba muy bien dándole cierto aire original. La pobre mujer no sacó sus gastos y se resignó a dejarse crecer el cabello nuevamente.

Pero el verdadero adorno de ella son los rostros expresivos de las niñas indígenas, que allí pueden verse con más comodidad y espacio que en ninguna otra parte. Es el teatro aristocrático de Andalucía. Las damas que allí asisten, vestidas con esplendidez y gusto, pueden mirar sin bajar la cabeza a las abonadas del teatro Real de Madrid.

Aseguraba con formalidad que el mejor adorno de los jardines y salones no eran las flores, sino las plantas y los arbustos. Citaba y describía con frase pintoresca los que estaban á la moda por aquel tiempo en los saraos de la corte, tales como las begonias, marantos, bambús de la India, pándanos de Java, latanieros, etc., etc.

Montiño se acercó á uno de los bufetes, tomó un plato de frutas confitadas, y lentamente, pálido, convulso, fué poniendo á cada dulce un lazo, un adorno, una flor, que también las había. Quedaba únicamente por poner el lazo negro y rojo. Montiño le tomó con la extremidad de los dedos, con el mismo horror que si hubiera sido un reptil ponzoñoso.

De muselina; de una muselina de un blanco un poco oscuro y transparente, el seno abierto apenas, dejando ver la garganta sin adorno; y la falda casi oculta por unos encajes muy finos de Malines que de su madre tenía Ana. Y la cabeza ¿cómo te vas a peinar por fin? Yo misma quiero peinarte. No, Lucía, yo no quiero. No vas a tener tiempo. Ahora voy a ayudarte yo. Yo no voy a peinarme.

Palabra del Dia

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