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Se le aparecía digna de un trono, digna de ir en magníficos carruajes; de pisar alcatifas de Persia, de vestir blondas y sedas riquísimas; de recibir adoraciones de sabios y de valerosos y de ricos; de premiar el mérito, la destreza, la poesía, la ciencia y la audacia con una dulce mirada de amor.

Tal vez en la ingenuidad de su alma, en la tranquila conciencia de su belleza, pudo quizás ella creer que algunas de estas adoraciones eran dictadas por leales sentimientos, por confesables intenciones, mas con su rápida y fina penetración de mujer, no tardó en comprender que todos estos postulantes que sin respiro la asediaban, aspiraban a todo, menos a su mano, y esta convicción diariamente ratificada concluyó por añadir a la honda melancolía que minaba el corazón de la huérfana, la sensación cruel del más acerbo desprecio.

El Conde no fué a Biarritz a cumplir su promesa amistosa. Elisa, al principio, distraída con otros coqueteos, circundada de adoraciones y triunfante como nunca, no echó de menos la falta del Conde. Supuso que sus negocios duraban aún y le retenían en Madrid.

A la claridad triste y gris de la tarde hojeaba el maestro los cuadernos o hacía correr sus manos sobre el armónium, conversando con Gabriel, que se sentaba en la cama. Enardecíase el músico hablando de sus adoraciones artísticas.

No se puede ver mayor humiliacion del ánimo delante del Señor: qué súplicas y oraciones tan fervorosas, qué lágrimas, qué esperanzas y sumisiones, qué reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre las criaturas no se descubren en el culto y adoraciones del templo.

En cuanto á sus creencias religiosas, se asegura que no tributaban adoraciones á ninguna divinidad bienhechora; que temian , y muchísimo, á un espíritu maligno llamado Chukiva: creian, por lo demas, en la existencia de otra vida. Cuando alguna persona caia enferma, se ponia inmediatamente en camino para ir á buscar asistencia en la casa donde habia nacido, por mucha que fuese la distancia.

Su marido era el objeto de sus adoraciones, en él tenia depositado su corazon, y para él únicamente vivia; el jóven archiduque pagaba este cariño á Doña Juana con todo el calor de su corta edad, y las galantes maneras de un príncipe, de suerte que la infanta se contaba por uno de esos seres mas felices, y mucho mas cuando llegó á notar que pronto iba á ser madre.

Con el oído harto de música suculenta, buscaba autores ignorados y muchas veces extravagantes que excitaban su curiosidad; pero siempre volvía á exigir como platos fuertes de estos banquetes auditivos los maestros de sus primeras adoraciones, y entre todos ellos, Beethoven.