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Actualizado: 20 de junio de 2025


Estas poco optimistas cavilaciones las supuse inducidas por el pastel que todavía tenía en el estómago, de manera que me levanté y dije a Ingomar que me mostrara la habitación, pues quería acostarme. Siguiendo al terrible bárbaro, que blandía una vela de sebo encendida, subí por la escalera arriba, hacia mi cuarto.

Señora, no hablemos de eso dijo el bandolero con gravedad . Me tomaría usté repugnansia, y yo no soy mas que un infeliz, un desgrasiao a quien acorralan y se defiende como puee... Transcurrió un largo silencio. Usté no sabe cómo vivo, señora marquesa continuó . Las fieras lo pasan mejor que yo. Duermo donde pueo o no duermo. Amanesco en un lao de la provinsia pa acostarme en el otro.

No sabía, pero como yo no quiero las mujeres para consejeras ni bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lo mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca o con un libro, procúrolas de buenas partes para el arte de las ofensas; que cuando sea boba, harto sabe si me sabe bien. Esto me consoló.

Pero por más que el cariño hacia su padre la dominara, sentía que en su corazón había un puesto para un afecto distinto. Confesaba este sentimiento por primera vez, al hablar de la vergüenza que le causaba la idea de que su padre pudiese leer aquel diario: «Papá no sabe que por la noche, antes de acostarme, me pongo de vez en cuando a escribir en este libro.

Acostarme yo, yo... cuando tengo que contarte tantas cosas, chavala! añadió Santa Cruz, que cansado ya de estar de rodillas, había cogido una banqueta para sentarse a los pies de su mujer . Perdona que no haya sido franco contigo. Me daba vergüenza de revelarte ciertas cosas.

Eran próximamente las nueve; el loco fue a sentarse junto a un rincón del hogar, que llameaba... Duchêne, el mozo de labor, reparaba la silla de montar de Bruno; el pastor Robin hacía una cesta, y Anita colocaba los cacharros en el vasar; yo había acercado el torno al fuego para hilar una rueca antes de acostarme. Fuera, los perros ladraban a la Luna; debía de hacer mucho frío.

Lavoteándome estaba aún para buscar por este medio una reacción consoladora, cuando entró Facia de puntillas por creerme todavía durmiendo, con el brasero que había sacado del gabinete por la noche, según costumbre, antes de acostarme yo. Viéndome levantado, me dijo que se alegraba, porque tenía que darme una noticia, y no buena. Pensé que se trataba de mi tío, y me alarmé.

Cuando llego a Madrid está cayendo un agua menudita, cernida, persistente. Son las ocho. El cielo está sombrío. Entro en mi cuarto, sin aliento, fatigado. Dejo la capa y el sombrero. Voy a acostarme un rato. Y al ir a entornar las maderas del balcón veo sobre la mesa un papel azul. Un papel azul doblado y cerrado no puede ser más que un telegrama. Yo alargo la mano.

¿Dónde acabaré de pasar la velada? Es muy temprano para acostarme, los clarines de los spahis no han tocado todavía retreta. Además, los cojines de oro de Sid'Omar bailan en torno mío fantásticas farándulas que no me dejarían dormir... Estoy delante del teatro; entraré un momento.

Toda ella me duró la pesadilla, sin un instante de reposo; y puedo afirmarlo, porque al despertarme con la fuerza de la emoción que me produjo la última «horconada» del caballero, dirigida contra uno de los hombres malos que empujaban la nube negra, y resultó ser una persona de Madrid a quien yo conocía mucho de vista y de fama, observé que entraba la luz por el cuarterón de la ventana de mi dormitorio que había quedado a medio cerrar al acostarme.

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