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Actualizado: 16 de junio de 2025
Rió de la sobriedad de Ferragut, que aclaraba con agua la rojiza negrura del vino italiano. Así debieron beber sus antecesores los argonautas dijo alegremente . Así bebía indudablemente su abuelo Ulises. Y llenando ella misma la copa del capitán, con una dosificación exageradamente escrupulosa de la parte de agua y la parte de vino, añadió alegremente: Vamos á hacer una libación á los dioses.
Su razón se aclaraba. ¿Habían entrado personas a la habitación? Ya era de noche, sin duda. No se escuchaba ruido alguno en la casa. Abajo, en la calle, sonó un rumor de pasos numerosos que fue decreciendo. Era tal vez una ronda nocturna. Entonces, la primera tentación de su espíritu fue rememorar, una vez más, toda su aventura.
Ya a esta sazón aclaraba el día; y, así por esto como por el ruido que don Quijote había hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doña Clara y Dorotea, que la una con sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien mal aquella noche.
Según subían por la falda de la loma que era como primer escalón para la colina, el terreno se afirmaba, la hierba aclaraba su color y menguaba.
Ved por dónde aquella señora se convirtió en sibila, intérprete de toda la ciencia humana, pues le descifraba al niño los puntos oscuros que en los libros había, y aclaraba todas sus dudas, allá como Dios le daba a entender.
La agitación comenzaba a disminuir. A medida que el cielo se aclaraba, la gente se reconocía. ¡Toma! ¡El primo Daniel, de Soldatenthal! ¿También tú has venido? ¡Es claro! Ya lo ves, Enrique, y mi mujer también. ¿Cómo? ¿La prima Nanette? ¿Y dónde está? Allá abajo, cerca de la encina grande, junto al fuego del tío Hars. Dábanse la mano unos a otros.
Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor su pensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor que Tiburcio atribula las artes y las ciencias de los mahatmas a la intervención del diablo. ¿Crees tú le decía Morsamor que el diablo interviene en esto? Tiburcio no contestaba sí, ni no. Se reía y se callaba.
En aquel momento entraba Neluco. Yo no había visto al enfermo más que un instante después de saltar de la cama; nada había respondido a mis preguntas porque dormitaba, y a la escasa luz que entonces aclaraba un poco las tinieblas del dormitorio, nada tampoco me había chocado en su aspecto; pero al observarle nuevamente y a mejor luz, ya me pareció cosa muy distinta.
Yo me acordaba de las fantasías de Yurrumendi acerca de la sima que hay en aquel sitio en el mar, y me veía bajando al insondable abismo con una velocidad de veinticinco millas por minuto. A pesar de las seguridades de Recalde, el cielo no aclaraba; por el contrario, iba quedando más turbio, más gris; había pocas traineras y lanchas de pesca fuera del puerto.
Palabra del Dia
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