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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Al fin y al cabo lo que las novelas decían, era mentira, mientras que las anécdotas del Duque acababan de efectuarse, los personajes que en ellas habían intervenido vivían y eran conocidos de todo el mundo. En fin, todo aquello estaba sangrando, como se dice vulgarmente.

Poco después el fraile y el poeta estaban dentro de la casa, cuya puerta volvió á cerrarse. Hora y media antes de los últimos sucesos podía verse en la casa donde acababan de entrar Quevedo y el padre Aliaga, un extenso salón magníficamente engalanado.

Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño.

Y detrás de ellos pasaron miles y miles de voluntarios que acababan de alistarse: atletas semidesnudos, máquinas de trabajo que habían vivido hasta entonces en una pasividad estúpida y parecían despertar á una nueva existencia con la aparición de la guerra. Las mujeres los admiraban ahora como si fuesen unos seres completamente diferentes de los siervos que habían conocido horas antes.

Los que fueron iniciados no acababan de salir de su asombro, sacaban caras largas, palidecían y poco faltó para que muchos perdieran la razon al descubrirse ciertas cosas que habían pasado desapercibidas. ¡De buena nos hemos librado! ¿Quién iba á decir...?

En todo lo restante, lo mismo que siempre: los mismos entretenimientos, las mismas costumbres y hasta los mismos muebles en el despacho del antiguo droguero... y las mismas alternativas reumáticas, aunque algo más acentuadas de gotosas cada vez, en la misma simpática persona; en el cual despacho acababan de desayunarse marido y mujer en el momento en que vuelvo a poner al lector en su presencia.

Ya en la capital, Amaury mandó parar el coche en el Arco de la Estrella. Perdone, usted dijo el señor de Avrigny; yo también tengo que hacer esta noche. ¿Tendré el gusto de verle? El padre de Magdalena contestó con un signo afirmativo. El joven se apeó, y el coche siguió rodando en dirección a la calle de Angulema. Acababan de dar las nueve de la noche.

Vais á estar como príncipes; os traerán brasero, que hace frío... y... necesito dejaros para serviros mejor... conque... ya veréis, caballeros, ya veréis. El hostelero salió, y los jóvenes acababan de sentarse cuando se oyó en la calle una voz angustiosa y desesperada que gritaba: ¡Ladrones! ¡Ladrones!

Nada importaba que el suelo se moviese; esto no podía disminuir su confianza: era un incidente nada más. Vivían de espaldas al Océano y sólo tenían ojos para los grandes inventos de los hombres. Todos acababan por olvidar el abismo que estaba debajo de sus pies y hacían la misma vida que en tierra.

Ya no imaginaba tantos héroes y heroínas, y los que le quedaban en la cabeza eran menos fantásticos, sus sentimientos menos alambicados, y se complacía en describir su belleza exterior; los colocaba en parajes deliciosos y pintorescos y acababan todas las aventuras en batallas o en escenas de amor.

Palabra del Dia

bagani

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