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Estas preguntas y estas respuestas respetuosas no cesaron hasta que se hubo averiguado que todos los Lammeter estaban en tan buena salud como de costumbre, lo mismo que los Osgood; además, la sobrina Priscila debía seguramente de estar por llegar, y que no era muy agradable viajar a la grupa con tiempo de nieve, bien que una capa de viaje abrigara mucho.

Hacía un frío terrible, siberiano. Jorge ya sabes lo cariñoso que es y cuánto se preocupa por mi salud me advirtió que me abrigara bien. No hice el caso que debía. Y en el trayecto de la puerta del teatro al automóvil, una corriente de aire me dejó transida. Ya sabes que no abuso del descote; pero, asimismo, no puede una llamar la atención cubriéndose más de lo debido.

Y en esa triunfal apostura adelantábase por el salón de Mariana de La Treillade, a quien saludó con una ligera e irónica inclinación de cabeza, depositando en las hermosas manos de su prometida una enorme caja de chocolatines: la manera de hacerle la corte fue este día bastante singular, pues consistió en comer, a los atónitos ojos de aquellas señoritas, una cantidad disparatada de las susodichas golosinas, y estimulado por las risas de admiración de la interesante galería, perseveró con su aire siniestro y frío en tan culto juego hasta verle el fondo al descomunal cartucho, no sin que abrigara serias inquietudes acerca de sus probables consecuencias, pero había espantado a aquellos serafines: era, pues, dichoso.

No obstante, sin darse cuenta de ello, ese buen hombre trabajaba con cierto recogimiento, acallando los ruidos y con la puerta de la bóveda cerrada siempre discretamente, cual si abrigara el temor de despertar a alguno.

La mirada de Angué sigue inmóvil. ¿En qué pensará? ¿Abrigará temores? No. El sol alumbra en el horizonte sin nubes, los canarios de China cantan sus amores, las bomgas y las palmas baten sus hojas ante la fresca brisa del mar. Con cantos, flores y luz no puede haber temores. El Asuang y todos los malos espíritus, ya sabe la dalaga que buscan las sombras.

La llegada de Pierrepont al castillo le aparejó aún más crueles suplicios, que por cierto no fue ella la última en prever, puesto, que la baronesa tenía muy poderosas razones para poner al cabo a la huérfana sobre las pretensiones y proyectos conyugales que acerca de su sobrino abrigara.

Viéndoos diariamente, mi buen señor, y habiendo estudiado durante meses los cambios de vuestra fisonomía, podría quizás consideraros un hombre bastante enfermo, aunque no tan enfermo que un médico instruído y vigilante no abrigara la esperanza de curar. Pero no qué decir, la enfermedad parece serme conocida, y sin embargo no la conozco.

Tan pronto pensaba que no le quería ni pizca, como que le empezaba a querer, y todo era discutir y analizar palabras, gestos y actos de ella, interpretándolos de una manera o de otra. «¿Por qué me dijo tal o cual cosa? ¿Qué querría expresar con aquella reticencia?... Y aquella carcajadita, ¿qué significaba?... Ayer, cuando me abrió la puerta, no me dijo nada... Pero cuando me marché díjome que me abrigara bien».