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Escúcheme, mi querido Domingo; dentro de tres días será usted un alumno de segunda enseñanza, es decir, algo menos que un hombre y mucho más que un niño. La edad es lo de menos. Usted tiene diez y seis años; pero, si usted quiere, dentro de seis meses puede contar diez y ocho. Abandone usted Trembles y olvídelo. No lo recuerde hasta más tarde, cuando se trate de arreglar las cuentas de su fortuna.

Iba á salir; pero Lázaro, trémulo de asombro, le detuvo, y le dijo con mucha turbación: Pero, señor, no me abandone usted, hábleme usted. Yo quiero que pensemos de la misma manera. A pesar de todo, el anciano le inspiraba respeto y veneración; y al ver que reprochaba sus ideas, sintió ese impulso de subordinación tan natural en un joven da temperamento impresionable.

Yo no llevaba encima más que mi estilete; me lancé en persecución del asesino le alcancé cerca de una roca. El era fuerte y vigoroso, pero la sangre de mi padre había manchado mis ropas... y le degollé con fruición. He aquí cómo abandoné Italia con mi pobre Sed'lha ¿qué habrías hecho , Blasillo?

No, no podrá usted: y si al fin, con la fuerza de su talento, pudiera conseguirlo, yo le ruego que no lo haga y me abandone. Que nos separe ese abismo que usted dice: y si yo estoy en el error... Pero no lo estoy, yo que no lo estoy...

LA DAMA. ¡No..., no...! ¡No me abandone usted, señora...! Lo que me inquieta no es solamente el rostro, sino el cuerpo. Quise adelgazar, y mi pecho, demasiado voluminoso, se convirtió... El resto de la confesión se pierde en el oído complaciente de La Choute; la dama, orgullosa, se muestra desde los pies a la cabeza. No es solamente el pecho el que se le cae.

Llegué yo, y no por mis méritos, sino por cierta práctica del oficio, he logrado despertar esa alma, infundir en ella nueva vida, hacer vibrar su corazón con ciertas emociones y gozar de ciertos placeres que probablemente hubiera desconocido... ¡Pobrecilla! exclamó Carlota. ¿Y no sentirá usted pena y remordimiento cuando abandone a esa niña y la deje entregada a la desesperación?

Porque no es natural ni corriente que un joven de su imaginación y de sus años, se abandone y encierre en la soledad más absoluta; aparece como que haya perdido por la muerte o por otra causa cualquiera, algún objeto querido, cuya falta ocasiona en él tristeza tan profunda. 12 de septiembre de 1818.

«Don Augusto de mi alma le dijo , por Dios, no la abandone usted... Mire usted que lo hace, y lo hace... y yo me muero...». Capítulo XVIII Muerte de Isidora. Conclusión de los Rufetes Aunque Augusto no manifestó su propósito, lo tenía, y muy firme, de no abandonar a la infeliz mujer que tan sola y en peligro de ruina estaba.

A las justas observaciones que le hice, de que iba a calarse hasta los huesos, contestó que todo lo que tenía encima era water-proof el sombrero, el gabán, los pantalones, los guantes, las botas, todo. Le abandoné a su suerte. ¿Es eso creíble, Rafael? dijo la condesa. Es más; es probable dijo el general ; ningún inglés se va nunca a la cama sin haber hecho una extravagancia.

Eso es imposible dijo tristemente Juanita; se acerca el último instante de mi vida, y de usted depende endulzarlo; quédese conmigo, no me abandone... ¿Me lo promete, no es cierto? El anciano no se atrevió a contestar. ¿Rehúsa usted, por ventura? exclamó la enferma. No puedo, señora, no puedo. ¿Por qué motivo? Se me espera en otra parte. ¿Hoy? Esta misma tarde.