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Actualizado: 8 de junio de 2025


Delante de nosotros, al dar vuelta una curva del camino, vi elevarse en alto sobre la ladera de una colina, medio oculto por los verdes y grises árboles, un enorme y blanco monasterio antiguo. Era el Convento de los Capuchinos, su hogar, me dijo fray Antonio.

Este Neptuno era el comandante del buque; enorme como un gigante cuando estaba sentado, e igual a los demás si se ponía en pie, irguiendo el hercúleo tronco sobre unas piernas cortas. La barba dorada y canosa invadía, arrolladura, una parte de su rostro rubicundo, esparciéndose luego sobre el pecho; y en medio de esta cascada fluvial abríase una sonrisa de bondad casi infantil.

Me paseaba bajo ella al caer las primeras sombras y me llamó la atención que delante de cada hotel, de cada bar-room, de cada puerta, un individuo sacaba una pequeña mesa de tijera, se instalaba ante ella, encendía un farol, arreglaba en un semicírculo artístico algunas docenas de pesos fuertes en plata, y comenzaba a batir con estruendo un enorme cuerno provisto de dados.

Acababa de disparar una de las piezas de enorme calibre, oculta en el ramaje junto á ellos. Los capitanes dieron una explicación sin detener el paso. Tenían que seguir por delante de los cañones, sufriendo la violenta sonoridad de sus estampidos, para no aventurarse en el espacio descubierto donde estaba el torreón del vigía.

El vapor marchó hacia esta mancha enorme de aceite, que tomaba al moverse unos reflejos tornasolados. Los marineros dieron gritos de entusiasmo. Estaban seguros de haber echado á pique al sumergible. Los oficiales eran menos optimistas: «¡Quién sabeNo le habían visto levantarse verticalmente para hundirse luego por uno de sus extremos como un huso, de punta.

La «partida grande» era un grupo de vendedores de voz de trompeta, que sabían sacarse del magín atractivos pregones: la aristocracia del oficio, ocupada únicamente en lanzar periódicos nuevos y ofrecer libros faltos de compradores, con enorme rebaja... El señor Manolo, después de larga reflexión, informaba a sus amigos sobre el paradero de la tal partida.

Lo mejor del cuadro era mi habitación, amplia, sin llegar a lo enorme, como su colindante y la cocina, blanca y bien provista de muebles; pero ¡qué frío se sentía en ella! ¡Y aún no había empezado el mes de noviembre!

Entre el ramaje verde asomaba el extremo de algo semejante á una viga gris; otras veces, esta aparición emergía de un amontonamiento de troncos secos. Al dar vuelta al obstáculo, aparecía una plazoleta de tierra limpia ocupada por varios hombres que vivían, dormían y trabajaban en torno de un artefacto enorme montado sobre ruedas.

Unos llevaban por toda arma un lanzón; otros, un sable; otros, un hacha atada con una cuerda a la silla y una enorme pistola de arzón sujeta a la cintura. Varios otros, con el rostro levantado contemplaban extáticamente la verde copa de los abetos, que se escalonaban unos sobre otros y llegaban hasta las nubes.

En pocos instantes la chalupa atravesó el río y atracó en la orilla, en medio de un enorme matorral de plantas acuáticas. Iban a desembarcar, cuando por la parte baja del río oyeron voces humanas y batir de remos. ¿Quién se acerca? preguntó el Capitán. Los piratas, sin duda respondió Van-Horn . Han oído nuestros disparos y vienen a atacarnos.

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