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Reynando el rey Moabdar, vivia en Babilonia un mozo llamado Zadig, de buena índole, que con la educacion se habia mejorado. Sabia enfrenar sus pasiones, aunque mozo y rico; ni gastaba afectacion, ni se empeñaba en que le dieran siempre la razon, y respetaba la flaqueza humana.

»Yo pregunto: ¿No habrá algún día leyes para enfrenar la alta vagancia? ¿No se crearán algún día palacios correccionales? ¿No establecerán las generaciones venideras asilos elegantes, forrados de seda, para tener a raya la demagogia azul, dándole de comer? Yo pregunto también: Puesto que tanto se ha hablado del derecho a la vida, ¿existirá también el derecho al lujo?

Pero entónces se puede preguntar, ¿quién conoció esta necesidad, quién discurrió los medios de satisfacerla, quién excogitó un sistema tan á propósito para enfrenar y regir á los hombres? y una vez hecho el descubrimiento, ¿quién tuvo en su mano todos los entendimientos y todos los corazones, para comunicarles esas ideas y sentimientos que han hecho de la religion una verdadera necesidad, y, por decirlo así, una segunda naturaleza?

Esta delicadeza la honra... Y no es otra cosa; le da vergüenza de decírmelo. Pero al fin ello saldrá». Y una tarde que el matrimonio había ido a paseo, la gran capitalista, no pudiendo enfrenar por más tiempo su curiosidad, mandó a Papitos a un recado, por quedarse sola, y con determinación admirable hizo un registro en la cómoda y baúl de Fortunata.

Si sus ejércitos no toman a Montevideo, sucumbe; si la toman, quédale el general Paz con ejércitos; quédale el Paraguay virgen; quédale el Imperio del Brasil; quédale Chile y Bolivia que han de estallar al fin; quédale la Europa que lo ha de enfrenar; quédanle, por último, diez años de guerra, de despoblación y pobreza para la República, o sucumbir: no hay remedio. ¿Triunfará?

Quiso enfrenar la licencia de tus soldados, arrebatar la dictadura á los guardias de tu alcázar, proteger á tus ciudadanos contra los escesos de la fuerza armada, reprimir el desorden... ¡ah! el desorden pudo mas que él y le denunció como su víctima. Morian un dia los últimos rayos del sol en tus montes de Occidente cuando tu palacio estaba cernido en todas partes por una horda de asesinos.

Tanto hizo Segunda y tales enredos armó, que Estupiñá entró una mañana, gruñendo y echándoselas de hombre de mal genio que tiene que contraer todos los músculos de su cara para enfrenar su indignación. A cuanto le decían Segunda y su hermano, respondía con bufidos; y si la señora de Izquierdo no me le sujeta por un brazo, de fijo que echa a correr por las escaleras abajo. «No se puede tratar con estas tías farfantonas... Vaya usted al rábano. Vaya usted muy enhoramala». Pero dando estos respiros a su ira verdadera o falsa, ello es que no se marchaba, y Segunda le metió casi a la fuerza en la alcoba. Obedeciendo a un impulso instintivo, Estupiñá se quitó el sombrero en el momento en que sentía los chillidos del heredero de Santa Cruz que estaba pidiendo la teta con mucha necesidad. Al ver que el hablador descubría su venerable cabeza, Fortunata sintió en su alma inundación de alegría, y se dijo: «Eso es, saluda a tu amito.