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El dinero dado era poco, más los réditos eran muchos; tu sudor era el pago. Tres años de continuos trabajos, no solo no bastaron para amortizar el capital, sino que acumularon los réditos. La madre de la pobre niña murió. La hipoteca que aquella contrajo, estaba existente.
Desde que la Marquesa de Montálvez era juiciosa y administraba sus caudales por sí misma, tenía un regaladísimo placer en encerrarse en su despacho, hojear sus libros de cuentas, tomar notas, calcular gastos e ingresos, apuntar cantidades en dos columnas, sumarlas, restar una suma de otra, y ver al fin que, sin privarse de nada de lo necesario, le resultaban sobrantes para imprevistos, después de destinar un buen puñado para amortizar censos procedentes de su mala vida pasada. «Es preciso verme, pensaba algunas veces la marquesa riéndose de sí propia, aquí, y en el oratorio rezando con mi hija, para creerlo. ¡Vaya si he dado vuelta y soy mujer arregladita y hacendosa! ¡Si hasta me creo capaz de llegar a ser mística y avara!
Maldecía allí a las nuevas invenciones, que le obligaban a vivir continuamente preocupado en el saneamiento económico de su casa, cuyas deudas estaban todavía a medio amortizar.
Palabra del Dia
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