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Metieron al buen hombre en su aposento, y a con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa. Y a las dos de la mañana, levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates.

Pasaron la tarde en jugar a la taba mi tío y el porquero y demandador; éste jugaba misas como si fuera otra cosa. Sacaban de taba como de naipe, para la fábrica de la sed, porque había siempre un jarro en medio. Vino la noche; ellos se fueron; acostámonos mi tío y yo, cada uno en su cama, que ya había proveído para un colchón.

Acostámonos con estas determinaciones. Yo confieso que no pude dormir en toda la noche con el cuidado de lo que había de hacer con el dote. Y lo que más me tenía en duda era el hacer de él una casa o darlo a censo, que no sabía yo cuál sería mejor y de más provecho. Libro Tercero: Capítulo VII: En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias que le sucedieron.

Metióse sesenta huevos. ¡No vi tal en mi vida! Dijo que se iba a acostar. Dormimos todos en una sala, con otra gente que estaba allí, porque los aposentos estaban tomados para otros. Acostámonos; el padre se persignó, y nosotros nos santiguamos de él; durmió, y yo estuve desvelado, trazando cómo quitarle el dinero.

Este jugaba misas como si fuera otra cosa. Era de ver cómo se barajaban la taba: cogiéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola en la muñeca, se la tornaban a dar. Sacaban de taba como de naipe para la fábrica de la sed, porque había siempre un jarro en medio. Vino la noche; ellos se fueron; acostámonos mi tío y yo cada uno en su cama, que ya había prevenido para un colchón.

Metieron al buen hombre en su aposento, y a con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa, y a las dos de la mañana levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates.

Yo me acosté con harta tristeza, y el soldado llamó al huésped y le encomendó sus papeles en las cajas de lata que los traía, y un envoltorio de camisas jubiladas. Acostámonos; el padre se persinó, y nosotros nos santiguamos de él. Durmió; yo estuve desvelado trazando cómo quitarle el dinero. El soldado hablaba entre sueños de los cien reales, como si no estuvieran sin remedio.

Los otros, que habían perdido cuanto tenían, dábanse a mil diablos. Despedíme y salímonos fuera. Venimos a casa a la una y media y acostámonos después de haber partido la ganancia. Consoléme con esto algo de lo sucedido, y a la mañana me levanté a buscar mi caballo y no hallé por alquilar ninguno, en lo cual conocí que había otros muchos como yo.