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Actualizado: 2 de junio de 2025


Poníamos unos andamios, raspábamos toda la parte descubierta y volvíamos a torcer el casco al lado contrario y a rasparlo. Todas las precauciones eran pocas para poder huir rápidamente, en caso de ser perseguidos. Llevaba ya varios años en El Dragón, pensando algunas veces abandonar aquella vida.

Aquel cuchicheo tan suave que salía de su boca, penetraba en todo mi ser y lo henchía de voluptuosidad. Hubiese querido prolongar unos instantes más aquel estado, y morirme después. Cuando volvíamos para casa traté de explicarle algo de lo que me pasaba, para que conociese siquiera un parte del amor infinito que me inspira; pero siempre rehuía la conversación.

87 ¡Ah! ¡si partía el corazón ver tantos males, canejo! los perseguíamos de lejos sin poder ni galopiar; ¡y qué habíamos de alcanzar en unos vichocos viejos! 88 Nos volvíamos al cantón a las dos o tres jornadas, sembrando las caballadas; y pa que alguno la venda, rejuntábamos la hacienda que habían dejao rezagada.

Los ramilletes servían después para decorar el altarcito de la Virgen, ante la cual ardía a todas horas una mariposilla. Colocada la ofrenda volvíamos al patio. Entonces Angelina hacía otro ramillete, un ramilletín muy cuco, para que alegrara mi recámara, puesto en una copa de cristal en que nunca faltaban, diamelas, capullos carminados o heliotropos fragantes.

Tenía la cabeza enteramente descubierta y llena de greñas, el rostro encendido, el cuerpo envuelto en un andrajo que parecía el residuo de una capa, los pies metidos en dos cosas asquerosas que en otro tiempo habían sido alpargatas. Todo nos volvíamos mirar a un lado y a otro explorando la calle en busca de nuestro literato, sin lograr hallarle.

Todas las noches, a la sombra amena de un frondoso macizo floreciente, yo acudía con paso diligente y con el alma de ilusiones llena. Veía a poco su cuerpo de azucena avanzar indeciso, lentamente, mientras un ansia de pasión ardiente daba a mi pecho hervores de colmena. Juntos los dos en dulces embelesos, volviamos al cuento de los besos, sin pensar que es voluble la fortuna.

Algunos fueron a recibirnos con júbilo creyendo que volvíamos cubiertos de gloria, y en breves palabras contamos lo ocurrido. La gente entusiasta y patriotera no quería creer que el valiente Renovales fuese un majadero. Por desgracia, de esta clase de héroes hemos tenido muchos. Luego que descansamos un poco, después de poner el pie en tierra, fuimos a presentarnos a las autoridades de la Isla.

Yo me hinqué también, y con la cabeza humillada, repetí en el fondo de mi corazón la plegaria de aquella noble mujer. Poco después volvíamos todos, conservando aún las hachas encendidas, y más corriendo que andando, hacia el crucero.

Cuando volvíamos nos tropezamos en el camino con el furriel. Ya podréis presumir cómo se le pondría el hígado.

Palabra del Dia

vorsado

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