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Ahora te crees infeliz, pero ya te consolarás viéndote personaje, contemplando tus huertos cada vez más grandes y tus hijos creciendo para heredar el poder y la fortuna del papá. Esto del amor por el amor, burlándose de leyes y costumbres, despreciando la vida y la tranquilidad, es nuestro privilegio, la única fortuna de los locos a los que la sociedad mira con desconfianza desdeñosa.

Sabes, abuela, que no todo el mundo descubre la belleza moral... mientras que un lazo rosa... Niña mimada suspiró la abuela, no quieres comprender qué feliz sería yo viéndote casada con un buen marido y... ¡Oh! abuela querida supliqué, soy tan feliz a tu lado... No me eches de aquí, te lo ruego...

Luego, dados tus antecedentes y viéndote vivir oculto en casa como un criminal, tuve sospechas de que habías venido a Madrid para asuntos que no eran tuyos... Recuérdalo: exceptuada la primer salida que hiciste entre dos luces la misma tarde del día en que llegaste, sólo al cabo de muchos días te atreviste a salir a la calle, después de las dos o tres visitas de aquel señor que vino a verte, cuando se conoce que estaba ya cumplida tu misión.

Yo también me alegro.... Me alegro de que mi muerte te sirva de algo.... Si hubiera podido darte en vida lo que me pertenece ... todo te lo hubiera dado.... Es triste ¿verdad?... Tener que morir para hacerte feliz.... ¡Hubiera gozado tanto viéndote feliz!... Adiós, hija mía, adiós ... acuérdate alguna vez de tu pobre mamá....

Ya los protege, querido ángel; ya ves, todo nos sale bien. Sin embargo, ¿te acuerdas de aquella tempestad? ¡Jesús! ¡qué espanto viéndote escalar los muros a la luz de los relámpagos, para volver a tu chalupa!

No, no tienes la culpa; pero es mejor no verte. Tu presencia hace más grande mi remordimiento. Viéndote, siento una vergüenza inmensa, un deseo de morir, de matarme. Tengo la sospecha de que soy yo la que ha asesinado á mi hijo... Recuerdo lo pasado entre nosotros: reconozco el castigo. La cólera de Lubimoff se desvaneció ante estas palabras inexplicables.

Viéndola reír, se expresó así: «Pues con el sueñecito que he echado perdí la situación, chica, y al despertar, no me acordaba de que habías quedado ahí... Y viéndote ahora, me decía yo, en ese estado de torpeza que divide el dormir del velar: ¿pero es ella la que veo? ¿Cómo y cuándo ha venido a mi casa?».

Me he puesto mala..., es verdad..., pero es porque no tengo tanta virtud como para sufrir los dolores que Dios nos envía... eres una santa... Ya me pondré buena..., no pienses en ... Lo que ahora me asusta es no haberme muerto viéndote marchar de aquel modo...., entre soldados... ¡Pobre hija mía!..., ven, dame un beso.

Cualquiera al escucharte, no viéndote, creería que no tenías miedo. Y estás temblando, Lerma. Temblando como un ratón delante del gato.