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Actualizado: 18 de julio de 2025


María soltó la risa, notándose así mucho más el cansancio de sus ojos. ¿? ¿Pensabas eso, Antenor? No, supondrás... era una broma se rió él también. La madre entró de nuevo en la sala, y la conversación cambió de rumbo. Eres un canalla me apresuré a decirle en los ojos a Vezzera, cuando salimos. me respondió mirándome claramente. Lo hice a propósito. ¿Querías ridiculizarme? ... quería.

Todas sus ansias y suspicacias eran enfermizas, y usted no ignora de qué modo se sufre y se hace sufrir con este modo de ser. Un día me dijo que estaba enamorado, y que posiblemente se casaría muy pronto. Aunque me habló con loco entusiasmo de la belleza de su novia, esta apreciación suya de la hermosura en cuestión no tenía para ningún valor. Vezzera insistió, irritándose con mi orgullo.

Una noche, a una nueva invitación, respondí que no me hallaba bien y que lo dejaríamos para otro momento. Diez días más tarde respondí lo mismo, y de igual modo en la siguiente semana. Esta vez Vezzera me miró fijamente a los ojos: ¿Por qué no quieres ir? No es que no quiera ir, sino que me hallo hoy con poco humor para esas cosas. ¡No es eso! ¡Es que no quieres ir más! ¿Yo?

No si usted ha sufrido una impresión semejante; pero cuando ella me extendió la mano y nos miramos, sentí que por ese contacto tibio, la espléndida belleza de aquellos ojos sombríos y de aquel cuerpo mudo, se infiltraba en una caliente onda en todo mi ser. Cuando salimos, Vezzera me dijo: ¿Y?... ¿es como te he dicho? le respondí.

Al fin me acerqué a él. Esta noche vamos le dije. ¿Quieres? , quiero. Cuatro horas más tarde llegábamos allá. María me saludó como si hubiera dejado de verme el día anterior, sin parecer en lo más mínimo preocupada de mi larga ausencia. Pregúntale siquiera se rió Vezzera con visible afectación por qué ha pasado tanto tiempo sin venir.

Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatación de las narices de Vezzera, conocí su tensión de nervios. Dile que te diga se dirigió a María por qué realmente no quería venir. Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo miré con verdadera rabia. Vezzera afectó no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras María tornaba a contraer las cejas.

Y aún así, persistía siempre el motivo. Pasó lo que temía. A las siete de la mañana me trajeron una carta de Vezzera, muerto ya desde cuatro horas atrás. Me decía en ella que era demasiado claro que yo estaba enamorado de su novia, y ella de . Que en cuanto a María, tenía la más completa certidumbre y que yo no había hecho sino confirmarle mi amor con mi negativa a ir más allá.

; y te exijo como a un amigo, o como a ti, que me digas justamente esto: ¿Por qué no quieres ir más? ¡No tengo ganas!... ¿Te gusta? Vezzera me miró como miran los tuberculosos condenados al reposo, a un hombre fuerte que no se jacta de ello. Y en realidad, creo que ya se precipitaba su tisis. Se observó en seguida las manos sudorosas, que le temblaban.

Palabra del Dia

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