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No, Juan; si usted me amó fué porque yo amaba á Jacobo y usted le odiaba, dijo la cantante con tristeza. Yo también conozco á usted y que tiene un alma atroz. ¡Oh! Es usted hábil y sabe ocultar sus verdaderos sentimientos.

Los adoradores de Terpsícore, mientras bailaban la habanera lánguida, podían distraerse leyendo en ellos una porción de inestimables consejos encaminados a demostrar que la virtud y el trabajo son los verdaderos tesoros del niño: El niño estudioso recibirá el premio de su aplicación. La fe y la constancia suplen al talento.

En seguida vinieron las partidas de los naipes con la mala suerte tradicional de la tía Kimble para hacer parejas; después la irascibilidad del tío Kimble a propósito del «trick» en el «whist». Cuando no estaba de su parte, no se lo explicaba sin hacer una inspección general de todas las bazas para asegurarse de que habían sido hechas de acuerdo con los verdaderos principios.

Para la alpargata es un insulto a la divinidad, una blasfemia, porque es negar y desconocer la obra más perfecta de Dios, o sea el pie humano. ¿Por qué es el hombre superior al mono y a todos los demás animales? Porque es el único que tiene pies, lo que se dice verdaderos pies.

Hago esfuerzos para no decir nada en contra del espíritu de paz y caridad que debe reinar entre los verdaderos cristianos, y a pesar de mi excesiva moderación soy criticada. No importa, tengo fuerza de voluntad para sufrirlo todo. Mis ocupaciones y mis gastos son grandes; tengo poquísimo dinero, puesto que mi viaje me arruinó, y mi marido no quiere reducir nuestros gastos.

Ramón demanda que sus versos sean bañados en néctar, y Claramonte, que, á la verdad, se ha servido con celo de sus rasgos ingeniosos, desea que se borren de sus comedias los numerosos desafíos sobre caballos verdaderos, que tanto abundan en ellas.

Eran caballos jerezanos de pura sangre, verdaderos sementales de la tierra, y elogiaba su cara alegre, sus ojos saltones, el corte elegante y esbelto de su figura, su paso enérgico.

En cuanto a las masas de electores, que eran los verdaderos árbitros de la contienda, nadie se cansaba en pedirles su parecer: irían como dóciles rebaños a depositar en las urnas una candidatura que se les entregaría cerrada; y ni más sabían ni más sabrán en los siglos de los siglos, aunque siglos dure, que lo dudo, esta comedia.

Tanto los artilleros, como los infantes y los admirables jinetes del Tercio Táctico de Caballería de la Guardia Rural, se convirtieron en menos de tres años en verdaderos soldados, no inferiores en modo alguno á los de las primeras potencias militares de la vieja Europa.

Regnier de Maligny, en su «Manual del comediante», dice que éstos necesitan conocer los tipos reales y estudiar principalmente: «En «el campo», la voz, los ademanes, sencillos y francos, de los campesinos. En «las iglesias», á los verdaderos y á los falsos devotos. En «las audiencias», á los abogados, á los fiscales y á los jueces.