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Actualizado: 3 de julio de 2025


Algunos «camaradas» son ahora ministros en compañía de los burgueses, para servir al país. Yo hago la cama á los ricos, para que coma mi familia.... ¡Ay, mi hijo! Adivino su deseo de echar mano á la cartera que lleva sobre el pecho para extraer cierto pliego mugriento y rugoso. Ya me leyó dos páginas media hora después de haber subido al vagón.

Por las treinta ventanillas del vagón würtembergués que me conducía lenta y pesadamente a través de la Suabia, desfilaban paisajes, montañas, torrenteras, quebradas de magnífico verdor en que se sentía la frescura de los arroyos.

Le deseé buena noche y me fui a recorrer el tren de un extremo a otro. Nada más cómodo que esa facilidad que permite estirar las piernas y distraerse con el cambio de aspectos. ¡Cómo volaba aquel monstruo para cuya carrera la tierra parecía ser pequeña! Vista desde el último vagón, la vía daba vértigo.

Se veía aún en aquel vagón del exprès que años antes los había llevado a París, ebrios de dicha y palpitantes de deseo.

Yo debo estar todavía en el vagón, es decir, allí estará mi cuerpo, pero mi alma se escapó y sueña tales tonterías... a la fuerza. No qué tenga de particular cuanto a usted acontece: antes tiene mucho de vulgar y sencillo. Se queda atrás su marido de usted; y yo, que por casualidad la encuentro entonces, la acompaño hasta que él venga. Ni más ni menos. No hagamos novela.

Varias veces habló la gruesa señora en un idioma que llegaba á Ferragut confusamente, y que no era el inglés. Y apenas terminada la comida desaparecieron, lo mismo que en la calle de Pompeya: la mayor imponiendo su voluntad á la otra. Volvieron á encontrarse á la mañana siguiente en la estación de Salerno, dentro de un vagón de primera clase. Iban, sin duda, con el mismo destino.

Aquella familia necesariamente debía ser argentina; una de esas familias que ocupa todo el piso de un gran hotel, llena un vagón entero, alquila el costado de un buque, y estrechamente unida se desplaza de un hemisferio a otro sin abandonar otra cosa que los muebles.

Y á continuación había pasado el tren de soldados ingleses como una nube de gritos y silbidos. Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último vagón, y dijo con una sonrisa algo irónica: Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa frase; pero no hagas caso de opiniones groseras.

La punta de una de sus barras hizo saltar del vagón varias costras de barniz y una ligera astilla. Los empleados prorrumpieron en imprecaciones y echaron pie a tierra, insultando a Zaratustra. Corrió la gente, aproximáronse los del fielato, y se formó un gran círculo de curiosos en torno del carro y de los que agitaban sus brazos increpando al trapero.

Mis únicos compañeros de vagón son dos jóvenes franceses de Marsella, recién casados, que van a pasar una semana en Londres, como viaje de boda. No hablan palabra de inglés, no tienen la menor idea de lo que es Londres, ni dónde irán a parar, ni qué harán. Victimas predestinadas del guía, su porvenir me horroriza.

Palabra del Dia

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