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Actualizado: 9 de julio de 2025


De noche la acompañaba paseando por las calles más extraviadas, donde tuviera seguridad de no tropezar a algún conocido. Los domingos solía llevarla en coche a cualquier pueblecito próximo; merendaban, bebían lo bastante para ponerse alegres y regresaban con las mejillas rojas, diciéndose mil disparates deliciosos.

Viajando un amigo mío por la China, hace ya bastantes años, me contó que había llegado por la noche a un pueblo llamado Cerdópolis. En cuanto estuvo dentro de él, ya no le extrañó el nombre que tenía; no se veían más que cerdos por todas partes; en las huertas, en las calles y hasta dentro de las casas; en fin, no se podía dar un paso sin tropezar con alguno de estos animaluchos.

Al sacudirse, no sin comentar con algunas frases aquel rudimentario blanqueo de las paredes, hubo de tropezar con una de las vigas que sostenían la casa y pareció que toda la frágil fábrica se estremecía y que del techo caían pedazos de yeso, como si por entre las maderas superiores corriesen a paso de carga belicosos ejércitos de ratones.

Hasta tuvo la dicha de no tropezar a su vuelta con el marquesito del Lago que inconscientemente tan malos ratos le había hecho pasar: la marquesa viuda había decidido al fin trasladar su residencia a sus posesiones de Extremadura huyendo de los escándalos de su hija y de los peligros que amenazaban a su hijo.

6 Y cualquiera que hace tropezar a alguno de estos pequeños que creen en , mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo profundo del mar. 7 ¡Ay del mundo por los escándalos! Porque necesario es que vengan escándalos; mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!

De modo que en Madrid no podía darse un paso sin tropezar con una iglesia ó un oratorio. Un número inmenso de los habitantes de la población pertenecía á la clase monástica. Solamente el duque de Lerma fundó dos conventos de frailes y uno de monjas.

En el colegio se murmuró como cosa cierta que D. León iba a ser nombrado Capitán general de Madrid; pero aunque mucho leímos y releímos los periódicos en los días siguientes, nunca pudimos tropezar con el nombre del general. Llegó un instante en que creímos que había perecido en el combate, si bien no comprendíamos cómo no se hablaba más de esta desgracia.

Allí no corrían el peligro, como en las universidades laicas, de tropezar con profesores revolucionarios, y la ciencia antigua y moderna se servía después de bien pasada por el tamiz de Santo Tomás y otros grandes sabios de la Iglesia, únicos depositarios de la verdad.

Encontraba en el jardín iguales recuerdos de su familia que en la habitación de arriba. Fatigado, además, de tropezar siempre en sus paseos con muros de piedra que le recordaban la cárcel, necesitaba la movilidad de la vegetación acariciada por el viento, forjándose la ilusión de que vivía libre en plena campiña.

El hombre se apoyaba pesadamente en el brazo de la joven, y procuraba proteger cuanto podía el envoltorio que llevaba, evitando el encuentro de los transeuntes que con él pudieran tropezar en la obscuridad.

Palabra del Dia

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