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Actualizado: 27 de junio de 2025


La tarde misma en que mantuvo esta conversación, D'Orsel partió de Trembles a caballo y acompañado de un sirviente. La noche fue clara y fría. ¡Pobre Oliverio! murmuró Domingo luego que le vio alejarse al galope corto de su caballo con dirección a Orsel.

Cuando de él o con él hablaba decía «señor nostramo», y de Bray le tuteaba por costumbre adquirida durante la niñez que perpetuaba una tradición doméstica de suyo emotiva en las relaciones del joven patrono y el viejo Andrés, el personaje principal en Trembles después de los dueños de la casa.

Nada acaba; todo se transmite, hasta las ambiciones. Luego que abandonaba aquella habitación peligrosa poblada de fantasmas en la cual se comprendía que una multitud de tentaciones debían acosarle, Domingo tornaba a ser el campesino de Trembles.

A las once la campana de Trembles anunciaba el almuerzo; era el primer momento del día en que se reunía la familia y ponía a los dos niños bajo la mirada del padre. Uno y otra aprendían a leer, modesto comienzo, sobre todo para el muchacho, en quien Domingo cifraba, creo yo, la ambición de ver realizado un éxito en oposición diametral del fracaso de su propia vida.

Esta vez dijo, ya no viajará usted solo por ella. ¿Y seré más feliz? le repliqué. ¿Estaré más seguro de no añorar nada? ¿En dónde volveré a encontrar lo que aquí deje? Entonces Magdalena se apoyó en mi brazo en actitud de completo abandono y me dijo esta sola frase: ¡Amigo mío, es usted un ingrato! A mediados de noviembre, en una fría mañana de blanca helada, abandonamos mi casa de Trembles.

El recogimiento que caía entonces sobre Trembles era inexplicable; durante cuatro meses de invierno condensaba, concentraba, grababa con caracteres indelebles en mi espíritu aquel mundo alado, sutil, de visiones y de dones, de ruido y de imágenes que había vivido durante los otros ocho meses del año con una actividad que tanto asemejaba a un ensueño. Entonces se apoderaba Agustín de .

Por fin, una mañana salieron los arados; pero nada menos parecido al ruido de la vendimia que el triste y silencioso monólogo del labriego conduciendo los bueyes de labor y el gesto sempiterno del sembrador distribuyendo el grano en la tierra roturada. Trembles era una hermosa propiedad, de la cual Domingo sacaba una buena parte de su fortuna y que le hacía rico.

Magdalena nunca había estado en Trembles y aquella residencia, aunque un poco triste y muy mediana le gustaba. Por más que no tenía las mismas razones que yo para haber depositado en ella cariño, me había oído hablar de ella tan frecuentemente, que mis propios recuerdos se la habían dado a conocer perfectamente v ayudaban a que se sintiera bien allí. Su tierra tiene semejanza con usted me decía.

Al dar el primer paso en el camino de Trembles tuve como un recrudecimiento de recuerdos que hizo más acerbo aquel dolor, pero menos tirante. Hacía mucho frío. La tierra estaba dura, la noche casi había cerrado, de modo que la línea de las costas y el mar formaban un solo horizonte compacto y casi negro. Un postrer residuo de luz rojiza se extinguía poco a poco y palidecía de minuto en minuto.

Todo aquello era monótono y feo y, en el fondo, nada me consolaba del alejamiento de Trembles. Mi tía tenía el genio de su provincia, el amor por las cosas cargadas de años, el miedo a los cambios, el horror a las innovaciones ruidosas.

Palabra del Dia

rigoleto

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