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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Cuando volví al cuarto de Lacante me le encontré hundido en su sillón, con las cejas fruncidas y aspecto de preocupación. Es un paquete, mi querido amigo, un verdadero paquete me dijo moviendo la cabeza con aire consternado. Protesté diciéndole que Elena era encantadora y que la había visto mal. ¿Cómo había de verla debajo de aquellos trapos grotescos y a través de sus lágrimas?
Era el luto oficial de los ricos que sin ánimo o tiempo para visitar a sus muertos les mandaban aquella especie de besa-la-mano. Las personas decentes no llegaban al cementerio; las señoritas emperifolladas no tenían valor para entrar allí y se quedaban en el Espolón paseando, luciendo los trapos y dejándose ver, como los demás días del año.
Poca cosa decía la señora Angustias . Pero la niña no viene desnúa: trae lo suyo... ¿Y de ropa? ¡Josú! Hay que ver sus manitas de oro: cómo borda los trapos, cómo se prepara el dote... Gallardo recordaba vagamente haber jugado con ella de niño, junto al portal en que trabajaba el remendón, mientras hablaban las dos madres.
Sin desatender los trapos, la soñadora dama se iba por esos mundos, ejercitando el derecho de revisión y rectificación de las cosas sociales, concedido en el reino de la mente a todos los que se creen fuera de su lugar o mal apareados. «Ese Pez sí que es un hombre. Al lado suyo sí que podría lucir cualquier mujer de entendimiento, de buena presencia, de aristocrático porte.
Según: me contestó: diez cuartos, doce, dos reales. Antes se ganaba más; pero ahora... hay muchos traperos y pocos trapos. ¿Y no tienes más oficio que éste? No señor. ¿Y con diez cuartos te mantienes? Como pan unos días, y otros pan y queso. Además, la señora Adela gana otro tanto. ¡La señora Adela!
Quiso Feijoo probar también aquel plato, porque le gustaban algunas comidas españolas. Fortunata tenía una despensa admirablemente provista, y en ropa y trapos gastaba muy poco.
Pero, si en medio de la narración alguna dama del gran mundo, y sobre todo de la gran política, penetraba en la tienda, don Narciso abandonaba la tertulia, saltaba el mostrador, mandaba alinearse a los dependientes desde el principal hasta el cadete, y comenzaba la batalla de los trapos con una serie de operaciones estratégicas que lo conducían indefectiblemente a la victoria por una combinación de procedimientos tan lógica como la que empleara Napoleón en sus campañas.
En todo este tiempo, Rosalía dio de mano a las galas suntuarias. No tenía tiempo ni tranquilidad de espíritu para pensar en trapos. Estos yacían sepultos en los cajones de las cómodas, esperando ocasión más propicia de mostrarse. Ni se le ocurría a ella componerse... ¡Buenos estaban los tiempos para pensar en perifollos! ¿Era hastío verdadero del lujo o abnegación?
El sitio es pintoresco, ventilado, y casi puede decirse alegre, porque desde él se dominan las verdes márgenes del río, los lavaderos y sus tenderijos de trapos de mil colores.
¡Al fin llegó tu hora, querida!... Así debe ser: la mujer siempre muy alta... ¿Qué se creen esos tíos? ¿Que porque somos buenas y callamos la mitad de las veces por evitar disgustos se nos ha de tratar como trapos sucios?... ¡Que se limpien!... Ya que le tienes bajo el pie, aprieta, hija, no temas; cuantos más sofocones le des más suavecito lo tendrás... Esos malditos hombres son así...
Palabra del Dia
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