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Actualizado: 17 de junio de 2025
De vez en cuando la acercaba a los labios y tragaba parte de su contenido alzando en seguida los ojos y exclamando interiormente: «¡Dios mío, que pase de mí este cáliz!» Tal vez que otra posábalos también con inefable serenidad en sus verdugos, expresándoles de una manera conmovedora que si Dios les perdonaba su crueldad, ella, por su parte, no tenía inconveniente en otorgarles un amplio y generoso perdón; aunque mucho dudaba que el Supremo Hacedor se lo concediera.
Entre las raíces de sus brazos estaba la boca, armada de fuertes mandíbulas semejantes á un pico de loro. Al respirar, una grieta de su piel se abría y cerraba alternativamente. De uno de sus costados surgía un tubo en forma de embudo, que tragaba igualmente el agua respirable, alimentándose por ambas entradas su cavidad branquial.
Volvía de la emigración muy latino. Afortunadamente allí estaba él para corregir aquella educación viciosa. Despidió a doña Camila y se encargó de la instrucción de su hija. En el extranjero se había hecho don Carlos más filósofo y menos político. Para España no había salvación. Era un pueblo gastado. América se tragaba a Europa, además.
El castillo caía en poder de los guerreros de la Iglesia, y la esposa de Manfredo era conducida á una prisión, donde se extinguía su vida al poco tiempo. La obscuridad tragaba los últimos restos de la familia maldecida por Roma. La muerte rondaba en torno de la basilisa. Todos perecían: su hermano Manfredo, su hermanastro el poético y lamentable Encio, héroe de tantas canciones.
Mascaba y tragaba con avidez; alimentos y líquidos, al pasar por su boca, adquirían un nuevo sabor raro y divino. El hambre ajena era para él un excitante, una salsa de interminable deleite. Francia le inspiraba entusiasmo, pero á Rusia le concedía mayor crédito. ¡Ah, los cosacos!... Hablaba de ellos como de íntimos amigos.
Palabra del Dia
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