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El día en que hacíamos este viaje, ambos ríos traían poquísima agua, así que nos pusieron los caballos al otro lado sin salpicarnos las botas.

-No todas las cosas -respondió don Quijote- suceden de un mismo modo. ¡Hablara yo para mañana! -dijo don Quijote-. Y ¿hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán? Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; pero él no se curó de venir, porque andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de comer.

Con sus escrementos y cosas que traian para fabricar sus nidos, ensuciaban la iglesia y los altares. Ponian cuidado en quitárselos y derribárselos, y nada bastaba, porque como la iglesia es tan grande, cuantos remedios se hacian nada importaban. Para quitar este grande estorbo, no hallaron otro mas conveniente remedio que acudir á las armas espirituales.

Pero en las horas de descanso procuraba yo ilustrar mi pobre espíritu con útiles lecturas que me proporcionaba encargando libros o adquiriéndolos de los viajeros que solían pasar, y que, mirando mi afición, me regalaban algunos que traían por casualidad.

Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, y dijo: ¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? ¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos.

Si los sevillanos eran en lo antiguo dados al baño, no lo eran menos al hielo, del cual se hacía un extraordinario consumo en la ciudad, que poseía en Constantina gran número de pozos de nieve, suficientes para atender al consumo público, y á más de esto no faltaban asentistas que por su cuenta traían el hielo de otros puntos y que realizaban, por lo general, un buen negocio, como se desprende de las noticias que he recogido respecto á un tal Esteban Monparler, una Teresa Vilches y un Francisco Candor, que surtieron á Sevilla por largos años del siglo XVII y XVIII de hielo en las estaciones veraniegas.

Realmente no era grande su prisa por enterarse de aquellas cosas del socialismo que traían revueltos a los trabajadores. Algunos se indignaban con los libros antes de leerlos. ¡Mentiras, todo mentiras, para amargar la existencia!

Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más necesaria de la riña. Vino la justicia, comenzó a hacer información, prendió a berceras y muchachos mirando a todos qué armas tenían y quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían por gala y otros espadas pequeñas.

Algunas entraban hasta el medio con almadreñas, produciendo verdadero estrépito al caminar sobre el embaldosado pavimento; las más se despojaban de ellas a la puerta y las traían en la mano. Un clérigo anciano, con sobrepelliz, subió al púlpito, que estaba cubierto con paño de tisú de oro.

39 E inclinándose hacia ella, riñó a la fiebre; y la fiebre la dejó; y ella levantándose luego, les servía. 40 Y poniéndose el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades, los traían a él; y él poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. 41 Y salían también demonios de muchos, dando voces, y diciendo: eres el Cristo, el Hijo de Dios.