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Actualizado: 9 de julio de 2025


Le importaba mucho conocer con exactitud el estado de Germana y llevar la cuenta de los días que le quedaban de vida. El señor de La Tour de Embleuse le confió un día todas las cartas del doctor Le Bris. Su lectura produjo en ella tal impresión que hubiera caído enferma de no ser más fuerte que todas las enfermedades. Se vio traicionada por el médico, por el conde y por la Naturaleza.

Semíramis le abrió la puerta y la introdujo en el salón. El señor y la señora de La Tour de Embleuse la recibieron al lado de la chimenea, en la que ardía todo lo que se había podido encontrar en la casa: dos tablas de la cocina, una silla de paja y otros objetos. La duquesa se había vestido como había podido. Su traje de terciopelo negro azuleaba por los pliegues.

Los mangos de los cuchillos provenían de un servicio encargado a Sajonia por Luis XV. Si el señor Le Bris hubiese gustado de las antítesis, habría podido hacer una comparación muy interesante entre el mobiliario de la señora Chermidy y el de la duquesa de La Tour de Embleuse.

El señor de Sanglié iba de cuando en cuando a llamar a la puerta de los de La Tour de Embleuse. Era su antiguo propietario, el testigo de boda de Germana y el amigo de la familia. A la duquesa la encontraba siempre, al duque nunca; pero todo París le daba noticias de su deplorable amigo. Resolvió, pues, salvarle, del mismo modo que antes le había dado alojamiento, por el honor del linaje.

Del mismo modo que M. André, en la Tour du Monde, como creo que ya he contado, entregó a la execración universal al que le alquiló mulas en Honda, a mi vez, impulsado por un sentimiento humanitario y cumpliendo un acto de justicia, recomiendo a todo el que hacia aquellos mundos se lance, emplear las mulas de Piquillo.

El doctor le buscará una esposa entre sus enfermasYo he pensado en la señorita de La Tour de Embleuse y he venido a confiarme absolutamente en usted, señor duque.

La anciana condesa disputó más de una vez a la señora de La Tour de Embleuse las fatigas y las molestias del estado de enfermera. Cada una de ellas quería encargarse de los cuidados más penosos y de esos servicios en que estalla la abnegación del sexo sublime. El viejo duque proporcionaba a su mujer un suplemento de preocupaciones sin el cual hubiera podido pasarse perfectamente.

Y no es que ignorase el estado de su fortuna, pero contaba con el juego para repararla. Los hombres a quienes el bien ha venido durmiendo se habitúan a una confianza ilimitada en el destino. El señor de La Tour de Embleuse era dichoso como el que toma las cartas en sus manos por primera vez.

La asamblea se disolvió más que de prisa; cada uno de los oradores llevó consigo sus instrumentos de trabajo y en la sala de deliberaciones no quedó más que una de esas escobas gigantescas, llamadas cabezas de lobo. Mientras tanto, Margarita de Bisson, duquesa de la Tour de Embleuse, caminaba apresuradamente en dirección a la calle Jacob.

Me dio usted un disgusto el otro día. ¿Es así como debía acogerme después de una larga ausencia? No hablemos más de eso, ¿le parece a usted? Hoy no vengo como amigo, sino como embajador. ¿No le veré a él, pues? No; pero, si tiene usted curiosidad por ver a alguien, puedo enseñarle al duque de La Tour de Embleuse. ¿Está aquí? , desde esta mañana. Una linda obra de usted, pero sin firma.

Palabra del Dia

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