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Actualizado: 27 de mayo de 2025
La sorpresa de su esposo fue mucho mayor. Ordinariamente él se levantaba muy temprano como hombre de negocios que era, y apoyándose en su bastón iba hasta su despacho y allí trabajaba hasta las nueve, hora en que venía a desayunar al dormitorio con su mujer, que aún permanecía en la cama. Luego la ayudaba a vestirse sin llamar a la doncella y tornaba al escritorio.
Los caballos vieron cómo el hombre volvía precipitadamente a su rancho, y tornaba a salir con el rostro pálido. Vieron también que saltaba el alambrado y se encaminaba en dirección de ellos, por lo cual los compañeros, ante aquel paso que avanzaba decidido, retrocedieron por el camino en dirección a su chacra.
Sólo unas cuantas personas con paraguas y algunas otras que, no teniéndolo, se amparaban de su filosofía permanecían a pie firme en medio del arroyo. Los balcones de la casa de Elorza se hallaban entreabiertos, y por la abertura salía una viva y regocijada claridad que tornaba aún más triste la noche oscura y húmeda del exterior.
Luego tornaba melancólica al recatado Camón, y allí se despojaba de aquellas galas, diciendo con pena: «No tengo gusto para nada, no está mi espíritu para estas bromas».
Esto no era de creer en un hombre como él, en un hombre cuyo pensamiento se tornaba rápidamente en acción como el de un niño. ¿Por qué motivo volvía entonces al lado de su amiga, y la trataba mejor en sus visitas demasiado breves y raras?
Luego se había marchado cabizbaja, sin invitarle a que la siguiese a su camarote y sin mostrar deseos de ir al suyo, con visible mal humor, pero convencida en apariencia. Y ahora, después de una noche de reflexión, tornaba con las mismas proposiciones, como si en su pensamiento movedizo no pudiese abrir surco el consejo ajeno.
Como muchos hombres inflexibles y violentos dejaba que el mal creciera al favor de su propia negligencia, hasta que se accediera con una fuerza que lo exasperaba. Entonces se volvía de un rigor feroz, y su dureza se tornaba inexorable.
Era el gozo sublime de Jesús recorriendo a pie las abrasadas márgenes del lago Tiberiade, anunciando el reinado del Padre; era el gozo de San Francisco cuando tornaba a la Porciúncula con algún nuevo compañero de penitencia; era el del santo rey Fernando al apoderarse de Sevilla; era, en suma, el gozo de todos los apóstoles.
¡Sueño, sueño y sueño! Han pasado dos meses, y creo a veces soñar aún. ¿Fuí yo o no, por Dios bendito, aquél a quien se le tendió la mano, y el brazo desnudo hasta el codo, cuando la fiebre tornaba hostiles aún los rostros bien amados de la casa? ¿Fuí yo o no el que apaciguó en sus ojos, durante minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de mi María Elvira? Si, fuí yo.
Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje.
Palabra del Dia
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