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Acabó por sentirse cohibido delante de esta señora que examinaba el salón como si fuese á quedarse en él para siempre. Freya se interesó unos momentos por la peluda fealdad de Tòni. Era un verdadero mediterráneo, tal como ella se los imaginaba: un fauno perseguidor de ninfas. Ulises rió de los elogios dirigidos á su segundo.

A él que le preguntasen sobre casos prácticos, y su pericia de patrón de barca, habituado á todos los peligros del mar, le haría responder con el aplomo de un sabio. En los trances difíciles días de tormenta, bajos tortuosos, vecindad de costas traidoras , Ferragut sólo se decidía á descansar cuando Tòni le reemplazaba en el puente.

La noche anterior había bajado á tierra para ir al teatro. Todos los gustos literarios de Tòni y sus emociones estéticas se concentraban en la zarzuela. Los hombres de talento no habían podido inventar nada mejor. De ella iba sacando los canturreos con que animaba sus largas permanencias en el puente.

Esta profesión de fe la elevaba como un muro infranqueable, golpeándose al mismo tiempo el pecho para demostrar la dureza del obstáculo. Ulises sintió tentaciones de reír, lo mismo que hacía siempre ante las afirmaciones políticas de Tòni. Pero la situación no era para burlas, y siguió hablando con el deseo de convencerle.

Cuando en América llevábamos cañones y fusiles á los revolucionarios, no nos preocupaba el uso que pudieran hacer de ellos. Tòni insistió en su negativa. No es lo mismo... No explicarme; pero no es lo mismo. Al cañón le puede contestar otro cañón. El que pega también recibe golpes... Pero ayudar á los submarinos es otra cosa. Atacan ocultos, sin peligro... y á no me gustan las traidorías.

Un día de su inmovilidad representaba más que lo que ganaban los dos hombres en un mes. Esto no puede seguir protestaba Tòni. Su indignación le llevó varias veces á tierra, en busca del capitán. Miró con antipatía al portero del albergo, porque siempre la contestaba que el capitán había salido.

Y Tòni se preguntaba por primera vez si el capitán Ferragut tenía derecho á arrastrarlos á todos á una muerte segura, por su testarudez vengativa y loca. «No, no tengo derecho», se dijo Ulises mentalmente.

La pobre esposa, morena, enjuta y obediente, le veía llegar con alegría y con susto, como si fuese una tormenta de lluvia interminable. Cuando Tòni se sentía héroe, sus hazañas iban más allá del cero de la decena.

Al entrar en el cuarto del hotel, frecuentado por oficiales de los buques mercantes, encontró á Ferragut sentado junto á un balcón, desde el que se veía todo el puerto viejo. Estaba más flaco, con los ojos hundidos y mates, la barba revuelta y un olvido manifiesto en su persona. ¡Tòni!... ¡Tòni!... Se abrazó á su segundo, mojándole el cuello de lágrimas.

Los buques de vela tenían que esperar á veces meses enteros un viento fuerte que les ayudase á vencer la impetuosa boca del estrecho. Eso lo muy bien dijo Tòni . Una vez, yendo á Cuba, estuvimos á la vista de Gibraltar más de cincuenta días, adelantando y perdiendo camino, hasta que un viento favorable nos hizo vencer la corriente y salir al mar grande.