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Actualizado: 21 de mayo de 2025


A un Tomas Candish, muy orgulloso, Con armada despacha, pretendiendo Que fuese como Drake venturoso: A tiempo fué, que vide estremeciendo De temor al Perú, y receloso. De Chile la nueva discurriendo; Pensabamos ser Drake el que venia, Y tal era la fama que corria.

Mientras tanto, Andrés y él seguían tiroteándose como dos grandes amigos. Rosa, que conocía bien a su padre, guardaba silencio obstinado, aplicándose a coser. Al cabo de un rato Tomás la llamó. Rosa. ¿Qué quería? Ven acá. La chica se levantó y fue hacia su padre.

El interpelado calló. Sin inmutarse en lo más mínimo, el señor Tomás se deslizó en la abierta fosa, entablando un interrogatorio más decidido. ¿Ha tropezado usted alguna vez en su profesión con un tal Carlos Tomás? ¡El diablo se lleve a Tomás! replicó el enterrador fríamente. Si no tenía religión creo que ya lo habrá hecho respondió el viejo, trepando fuera de la tumba.

Saldremos muy temprano al amanecer si usted quiere; ¡está el paseo grande tan hermoso a tales horas! O si no al obscurecer, a tomar el fresco, por una carretera.... Por Dios, hija, va usted a enfermar otra vez. No, no salgo... y Ana movía la cabeza como los ciegos . Por Dios, don Tomás, no me atormenten, no me atormenten con ese empeño.... Ya saldré más adelante... no cuándo.

El predicado en los juicios analíticos está ya en el sujeto; nada se le añade segun Kant; solo se le explica; «Quien dice hombre dice racionalasí habla Santo Tomás: la idea es la misma que la del filósofo aleman.

Pero a ella no se le podían dar tales razones. Señorito dijo Petra, que a pesar de su resolución reciente, sintió en el orgullo una herida de tres pulgadas no necesita apurarse tanto para convencerme de que debo irme de esta casa. No, hija, lo que es, si lo tomas por donde quema, yo no insisto.

Entre las muchachas Jonnes, se inició una tosecita que contagió todo aquel lado de la mesa. Carlos Tomás, desde un extremo de aquélla, alzó la mirada con tierna expectación. Va a cantar un himno. Va a rezar. ¡Silencio! ¡que es un discurso! Estas voces dieron vuelta a la sala.

Pero confiesa, Tomás, que todo eso se dice mejor que se hace; y comprende que ese aldabón me inspire miedo, explícate la razón que tengo para tenerle el mismo asco que si fuera de hierro líquido.... Calló a esto Frígilis. Llegaban de la estación; estaban en el portal del caserón de los Ozores, que apenas alumbraba a pedazos el farol dorado pendiente del techo.

El escritor de Hacienda se apresuró a dar su opinión favorable al café de Santo Tomás, porque allí daban más azúcar que en ninguna parte. Replicó a esto Montes que no había que mirar el caso bajo el prisma exclusivo del azúcar y que el género que más importaba era el café.

Los sollozos se mezclaron pronto con la risa, y por último, doña Luz cayó al suelo como desplomada, y allí se agitó en fuertes convulsiones. Don Acisclo tocó entonces la campanilla, llamó a voces a la gente de casa, y acudieron D. Gregorio, Juana, Tomás y otros criados. Todos se aterraron. Las convulsiones seguían. Juana mandó llamar al médico D. Anselmo.

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