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Actualizado: 7 de julio de 2025
La recaída de mi tío; el descenso de la temperatura, con el subsiguiente despejo de sendas y caminos, y la salsilla de «lo de ayer» llevaron a la cocinona aquella noche un gran golpe de tertulianos.
La mayoría de los redactores fue nombrada por el conde; algunos eran hijos de sus tertulianos asiduos, otros periodistas famélicos a quienes debía algún suelto laudatorio. Por fin apareció el primer número. Grande fue la sorpresa de Miguel al leer debajo del título otro rengloncito corto que decía: «Director: don Pedro Mendoza y Pimentel.» No pudo reprimir un sentimiento de indignación.
Pero, cuando él levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa; buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado, acabando por dominar el debate con sus gritos estentóreos.
Se había abandonado el patio por hacer ya demasiado fresco, y la reunión se trasladó a un salón contiguo. Los tertulianos, excepto el pequeño núcleo que ya conocemos, variaban constantemente.
Sin embargo, pocos días ha, dos de los tertulianos tuvieron un duelo, y uno de ellos salió herido. Por fortuna, la herida fué muy ligera. No he podido averiguar la causa de este duelo. Todos me han afirmado que ha sido por una niñería. Yo lo he sentido mucho, porque el duelo fué entre mis dos tertulianos favoritos.
De este aire y de este corte fueron los asuntos que ocuparon a los contadísimos tertulianos de la marquesa durante muchas noches; y como éstos eran pocos y rara vez asistían juntos, porque había que atender a todo, y los modos de entretenerse allí tan limitados, el tedio llegó a invadirlos y tuvo la marquesa que templar un tantico la rigidez de su programa fúnebre, echando otra leva entre sus íntimos y tolerando en casa ciertos recreos de poca baraúnda.
Por encargo de mi tío andaba yo muy a menudo en la cocina, más que por hacer los honores a la tertulia, para evitar que los tertulianos le invadieran a él la alcoba. Los quería mucho; pero no hubiera podido soportarlos en la angustiosa situación de cuerpo y de espíritu en que se hallaba.
Por una de aquellas casualidades que favorecen siempre a los osados, la prima donna cayó peligrosamente enferma y la protegida del duque se ofreció a reemplazarla. Veremos qué tal sale de este empeño. En este momento, la condesa, animada y brillante como la luz, entró en la sala acompañada de algunos tertulianos.
Intentaba buscar en mis libros y periódicos, en la soledad de mi habitación, el remedio contra estos aburrimientos de la cocina; pero el temor de que lo tradujera mi tío en señal de menosprecio de sus rudos tertulianos, me contenía.
Mientras los parroquianos no se escapasen sin pagar, el Gallego estaba dispuesto á reconocerles una historia maravillosa, viendo en todos ellos á un hijo ó sobrino de emperador descontento de su origen y ganoso de cambiar de postura. Otros tertulianos, los de aspecto más acomodado, se ocupaban del porvenir de este pueblo naciente. La suerte de él iba unida á la de González.
Palabra del Dia
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