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Actualizado: 15 de junio de 2025
Al cabo de media hora, al volver por allí le preguntó: ¿Has tenido miedo, Martín? ¿Miedo de qué? ¡Arrayua! Así hay que ser decía Tellagorri . Hay que estar firmes, siempre firmes. La posada de Arcale estaba en la calle del castillo y hacía esquina al callejón Oquerra.
No le olvides tampoco a Marquesch; es viejo, pero ha cumplido. No, no le olvidaré dijo Martín sollozando. Ahora prosiguió Tellagorri te voy a decir una cosa y es que antes de poco habrá guerra. Tú eres valiente, Martín, tú no tendrás miedo de las balas. Vete a la guerra, pero no vayas de soldado. Ni con los blancos, ni con los negros. ¡Al comercio, Martín! ¡Al comercio!
Como en el fondo el joven Zalacaín era agradecido y de buena pasta, sentía por su viejo Mentor un gran entusiasmo y un gran respeto. Tellagorri lo sabía, aunque daba a entender que lo ignoraba; pero en buena reciprocidad, todo lo que comprendía que le gustaba al muchacho o servía para su educación, lo hacía si estaba en su mano. ¡Y qué rincones conocía Tellagorri!
Había gente que comenzaba a creer que Tellagorri y Voltaire eran los causantes de la impiedad moderna. Cuando no tenían, el viejo y el chico, nada que hacer, iban de caza con Marquesch al monte. Arcale le prestaba a Tellagorri su escopeta. Tellagorri, sin motivo conocido, comenzaba a insultar a su perro.
Si Marqués entraba alguna vez en la iglesia, era para ver si los chicos habían dejado en el suelo de los bancos donde se sentaban algún mendrugo de pan, no por otra cosa. No tenía veleidades místicas. A pesar de su título aristocrático, Marqués, no simpatizaba ni con el clero ni con la nobleza. Tellagorri le llamaba siempre Marquesch, alteración que en vasco parece más cariñosa.
Le explicó la manera de acogotar una gallina sin que alborotase, le mostró la manera de coger los higos y las ciruelas de las huertas sin peligro de ser visto, y le enseñó a conocer las setas buenas de las venenosas por el color de la hierba en donde se crían. Esta cosecha de setas y la caza de caracoles constituía un ingreso para Tellagorri, pero el mayor era otro.
La Linda las puso en su delantal y estaba con ellas cuando se presentó el domador de nuevo. Martín se apartó dando un salto hacia atrás. No, no te escapes dijo el domador con una sonrisa que quería ser amable. Martín se quedó. Luego, el hombre le preguntó quién era, y él al saber su parentesco con Tellagorri, le dijo: Ven cuando quieras, te dejaré pasar.
Pensó en dirigirle alguna pregunta, pero tardó varios días, porque el señor Soraberri era tardo en todo. Al último le dijo, con su majestuosa lentitud: ¿De quién es este niño, amigo Tellagorri? ¿Este chico? Es un pariente mío. ¿Algún Tellagorri? No; se llama Martín Zalacaín. ¡Hombre! ¡Hombre! Martín López de Zalacaín. No, López no dijo Tellagorri. Yo sé lo que me digo.
Casi todos los días el exsecretario se encontraba con Tellagorri y cambiaban un saludo y algunas palabras acerca del tiempo y de la marcha de los árboles frutales. Al comenzar a verle acompañado de Martín, el señor Soraberri se extrañó y miraba al muchacho con su aire de elefante hinchado y reblandecido.
Palabra del Dia
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