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Actualizado: 27 de junio de 2025
Detúvose la cabeza de la columna al entrar en la plaza, resistiendo el empujón de los que venían detrás. ¡Nadie! ¿Quién iba a ayudarles? ¿Dónde estaban los soldados que debían unirse a ellos?... No tardaron en saberlo. De una reja baja partió una llama fugaz, una línea roja disolviéndose en humo. Un trallazo enorme y seco conmovió la plaza.
El río, crecido, iba de color de ocre. Se detuvieron en Lasao, en la posesión de un barón carlista, a hacer que su administrador firmara un documento y siguieron bordeando el Urola hasta Azpeitia. Aquí el trabajo era bastante grande y tardaron en terminarle.
No andaban todos los bajeles con igual paso. Unos se adelantaban, otros tardaron mucho en moverse; pasaban algunos junto a nosotros, mientras los había que se quedaban detrás.
Como caminaban en sentido contrario no tardaron en acercarse y pasar uno al lado de otro, repitiéndose la misma torva mirada por parte del militar y la idéntica sonrisa por la del paisano. Miguel cruzó a la acera de enfrente para entrar en casa de la brigadiera; mas antes de efectuarlo oyó una voz cavernosa a su espalda: Cabayero; oiga V. Volviose y se encontró frente a frente del cadete.
Vivió con su hermano primogénito una temporada. No tardaron en reñir porque éste, que era económico hasta la avaricia, no podía sufrir con paciencia su despilfarro.
Llamaron en una posada conocida. Tardaron en abrir, y al último el posadero, amedrentado, se presentó en la puerta. ¿Qué pasa? preguntó Zalacaín. Que ha entrado en Vera otra vez la partida del Cura.
No tardaron en advertir que a su vez fueron reconocidas, considerada la expresión de fisonomía de los vecinos y el incesante jugar de los anteojos; Mariana se expresaba con viveza, pareciendo mostrar decidido empeño en llamar la atención del marqués sobre el palco de Fabrice.
Eduardito... ¡sólo Eduardito! El muy tonto, como tiene dinero, como su padre es rico, está seguro de que le hará caso. Mis paisanos no tardaron en advertir que, tarde a tarde me pasaba yo las horas oyendo tocar a Gabrielita. Una noche, al entrar en la botica, oí que hablaban de la señorita Fernández, y que decían algo de mí.
Reunió Perea algunos adeptos, gente de poca monta, pero no tardaron en llegar á oídos de la Inquisición los manejos del portugués, y en los comienzos de 1636 decidieron apoderarse de su persona.
Su tocado era sencillo y sus maneras distinguidas. En cuanto a su fisonomía, se grabó en mi memoria para no borrarse de ella nunca. Y, ¡todavía la veo en este momento! Sólo algunos minutos tardaron los viajeros en cambiar de tiro; después siguieron rápidamente su camino.
Palabra del Dia
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