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Actualizado: 29 de octubre de 2025
Bebió y paladeó el confortante licor, relamiéndose de gusto, y echó después una yesca, mientras yo contemplaba a vista de pájaro el vallecito de Tablanca, con sus casitas trepando mies arriba detrás de la de mi tío, sola y encaramada en lo alto, como si se hubiera detenido allí para animarlas con la voz y algunas cuchufletas de don Celso; y, por último, recostándose contra el terreno y estribando con las abarcas en las asperezas del camino, me refirió lo siguiente, que yo traduzco, poco más que en sustancia, al lenguaje vulgar, con verdadero sentimiento, porque no me es posible, por falta de memoria y de costumbre, reproducir al pie de la letra aquel pintoresco lenguaje, cuyo sabor local excedía con mucho, en interés, al asunto relatado.
No sabe Tablanca lo que pierde en él nos dijo , ni lo sabrán los valles circunvecinos, que tan poco se pagan hoy de su raro ejemplo y de su obra admirable. Pues sobre esta obra, ¡qué cosas me dijo también!
Cuando llegué a Tablanca, me encontré a sus habitantes asombrados de lo que estaban viendo en la casona.
Sería por el estado excepcional de mi espíritu o por obra de un agente externo cualquiera; pero es lo cierto que a mí me pareció que aquella nota final estampada en el cuadro por el Cura de Tablanca, rayaba en lo sublime.
Es que yo cuento me replicó Neluco , con que le basten y le sobren para atarle a Tablanca, de tal modo que se le pueda dar licencia para que se ausente del valle sin el temor de que no vuelva a él, esos entretenimientos y otros tales, si llega usted a tomarles gusto... Después, ¡qué demonio! es hasta pecado mortal decirle a un hombre del talento y de la experiencia de usted, cómo se sortean las horas sobrantes en la vida, que todos pasamos.
En cuanto a no poder entenderse con los vecinos de Tablanca, era otro error mío y de otros muchos hombres cultos, empeñados en tomar ciertas cosas al revés. ¿Por qué ha de ser el hombre de los campos el que se eleve hasta el hombre de la ciudad, y no el hombre de la ciudad el que descienda con su entendimiento, más luminoso, hasta el hombre de los campos para entenderse los dos?
Su visita fue breve, y nos despedimos muy afablemente, quedando yo muy complacido de aquel hallazgo en Tablanca, más por lo que se leía en la cara y en el aire del mediquillo, que por las ponderaciones que de sus prendas hizo mi tío al presentármelo. Bajamos juntos hasta el portal, echando él enseguida por la cambera del pueblo y yo por otra diametralmente opuesta, hacia la montaña.
Porque lo cierto es que yo había llegado a Tablanca por primera vez en el rigor del invierno y en las peores condiciones que pueden imaginarse para la aclimatación en aquel «medio», de un hombre de mis antecedentes; y vistas a la luz del sol estival, tenían aquellas mismas cosas aspecto muy distinto.
Me vi bastante torpe para expresarles la gratitud que les debía por aquel acto tan honroso para la memoria de mi tío, y la satisfacción de que me sentía poseído al estrechar las manos de unas personas de quienes tantas y tan grandes noticias tenía yo desde que había llegado a Tablanca.
Hízomela diciendo que la cosa mala en que ella había pensado de pronto, era una despedida para lejanas tierras, por no tener ya quehaceres en aquéllas tan tristonas para mí. ¡Pensar yo en irme entonces de Tablanca!... Podía jurar que nunca me había visto más apegado al valle. Pero ¿por qué mi ausencia de él era calificada por ella de cosa mala?
Palabra del Dia
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