United States or Kuwait ? Vote for the TOP Country of the Week !


El estudiantillo avispado dijo: Murmullos de aprobación. Y a todo esto, Belarmino sin entrar en situación, ausente en remotos limbos del pensamiento. Una voz metálica, ronquecina, nasal, gangosa, de beodo o de fonógrafo, rompió a decir: «Está el que come ante el Diccionario, en el tole tole, hasta el tas, tas, tas

Le Tas le retuvo a su lado por los encantos de la conversación. Le preguntó si estaba contento de sus negocios, y le respondió como hombre disgustado de la vida. Nada le había salido bien desde que estaba en el mundo. Había servido como groom y su dueño lo despidió. Entró después como aprendiz en casa de un mecánico y la susceptibilidad de algunos clientes le hizo abandonar el establecimiento.

«Ocurra lo que ocurra, añadió para misma, ese bribón verá en a una inocente y no a su cómpliceMantoux sirvió a la mesa, no sin haber tomado una buena lección de su protectora le Tas. Los invitados eran cuatro: había otros tantos criados para cambiar los platos, y el cerrajero no tenía más que mirar lo que hacían los otros.

Se restregó los ojos y se preguntó por un instante si veía a le Tas o a su sombra; pero las sombras no abultan tanto. Le Tas le advirtió y le hizo señas. Precisamente estaba buscándole. ¡Qué tal! le dijo . ¿Cómo va eso, guapo enfermero? Ha cuidado usted muy bien a su ama y ya está curada. ¡Poca suerte! respondió él con un gran suspiro.

Estuvo ausente una gran parte de la noche, y le Tas se durmió esperándole. La señora Chermidy tascó el freno, no sin que más de una vez encontrara sorprendente que una persona que tenía cien mil francos en su poder no pudiese adquirir una noticia tan sencilla. Despertó a la pobre le Tas que ya no podía más, y ésta le aconsejó que durmiera y no se pudriera la sangre.

Notaba que los setos estaban mal cuidados y se prometía reforzarlos, para que no pudiesen entrar los ladrones. El 6 de septiembre, hasta el señor Delviniotis había perdido toda esperanza. Mateo Mantoux lo supo y se apresuró a escribir «a la señorita le Tas, en casa de la señora Chermidy, calle del Circo, París».

Era, pues, necesario, buscar a otro asesino. Interrogaron a le Tas, pero no pudieron obtener nada. De pronto se golpeó en la frente diciendo: ¡Bestia de ! ¡es él! ¡El miserable! ¡Le haré despellejar vivo! pero, ¿para qué? Ya hablará. Enterrad a mi señora, echadme a a la basura y él que se vaya al diablo.

Pero una voz muy conocida de ella le cortó la palabra. Era el doctor Le Bris que llegaba de Corfú a todo correr. Había visto a le Tas en una ventana del hotel Trafalgar, y al galope traía este notición. El cochero de la señora Chermidy al que había encontrado a la puerta de la villa, lo había asustado al decirle que había llevado allí a una señora.

Se había cortado la barba y los cabellos, pero le Tas se guardó bien de preguntarle por qué. El esplendor de la casa lo deslumbró; la dignidad severa de la señora Chermidy le impuso el mayor respeto. La hermosa bribona había adoptado una cara de procurador imperial. Lo hizo comparecer ante ella y lo interrogó sobre su pasado como mujer que no se equivoca.

La linda arlesiana estaba bien decidida a cortar en flor la curación de Germana, pero era demasiado prudente para emprender nada por su cuenta y riesgo. Sabía que un crimen es siempre una torpeza y su situación era muy envidiable para que se expusiera a perderla en un mal negocio. Tienes razón le dijo le Tas , nada de sangre. Hay que dejar eso.