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Actualizado: 23 de junio de 2025
«Pero no hay como ser bruto para llegar a rico», según decía el barbero Cupido al hablar de don Matías. Poco a poco fue lanzándose en la exportación de la naranja a Inglaterra. Compró a crédito las primeras partidas y comenzó a soplar para él la racha de loca suerte que todavía duraba. Su fortuna fue cosa de pocos años.
La noche era buena; noche de verano, con estrellas a granel y un vientecillo fresco algo irregular, que tan pronto hinchaba la gran vela latina, hasta hacer gemir el mástil, como cesaba de soplar, cayendo desmayada la inmensa lona con ruidoso aleteo.
Hay salvaje que se estraga fumando sin gana cigarro sobre cigarro, sólo por el gusto de ahumar la boquilla antes que alguno de sus colegas. Y si no es así, por lo menos, nadie se cuida de saborear el tabaco. Lo importante es soplar el humo sobre la espuma de mar y que vaya tomando color por igual.
El viaje, aunque largo y difícil, no dejó de ser alegre. El tiempo estaba sereno; el sol todavía no molestaba gran cosa. Celesto iba armado de gaita. Andrés llevaba las provisiones. Cuando pasaban por delante de algún caserío, se detenían a instancia del seminarista; descolgaba éste la gaita de los hombros y comenzaba a soplar con furia.
Al día siguiente reinaba uno de aquellos violentos, ruidosos y animados temporales que consigo trae el equinoccio. Oíase el viento soplar en diferentes tonos, como una hidra cuyas siete cabezas estuviesen silbando a un tiempo.
Además, sentía allí ese viento exótico que parece soplar en los puertos y las grandes estaciones de ferrocarril.
Cuando terminó el buen hombre, levantó la cabeza y escudriñó el cielo con desasosiego; después, al verme en la ventana, me dijo: Mal tiempo hace para el cultivo... va a soplar el siroco. Efectivamente, a medida que se alzaba el sol, llegaban del Sur hasta nosotros bocanadas de aire cálido y asfixiante, como si viniesen de la puerta de un horno abierta y vuelta a cerrar.
Dieron los hombres la última mano al circo, y el domingo, en el momento en que la gente salía de vísperas, se presentó el domador seguido del viejo en la plaza de Urbia, delante de la iglesia. Ante el pueblo congregado, el domador comenzó a soplar en un cuerno de caza y su ayudante redobló en el tambor.
Sus mayores congojas eran el tomar el primer alimento: unos caldos insípidos, desabridos, que don Víctor enfriaba a soplos, soplando con fe y perseverancia, dando a entender su celo y su cariño en aquel modo de soplar. El ideal del caldo, según Quintanar, nunca lo realizaban las criadas de Vetusta.
No, no debían de haber pasado; apenas había tiempo; ahora, ahora es cuando deben de estar cerca...». «Así como así, la brisa que ya empieza a soplar, me quitará este calor, este aturdimiento, esta sed...». El agua de las fuentes monumentales murmuraba a lo lejos con melancólica monotonía en medio del silencio en que yacía el paseo triste, solitario.
Palabra del Dia
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